Viaje literario: elecciones

Joaquín Hernández Alvarado
Guayaquil, Ecuador

A propósito de Ferias del Libro, la Feria Internacional de Guadalajara que se está celebrando en estos días y la Feria Internacional del diario El País, están realizando una serie titulada “Viaje Literario por México”. La idea es original y arriesgada: cada día un escritor mexicano sugiere el libro de otro de sus compatriotas que permita conocer mejor al país. Juan Villoro, el primero, ha recomendado Instrucciones para vivir en México de Jorge Ibargüengoitia.  La idea es original, un escritor que recomienda a otro. Arriesgada, porque hay un saborcillo de realismo en la propuesta que puede desencantar a los ingenuos cuando descubran que el país leído no es el país que tienen ese momento entre sus ojos o peor aún es el que quieren que les confirme la lectura.

¿Hubiera sido recomendado si estuviéramos en los inicios de la  década de los cincuenta del siglo pasado, El laberinto de la soledad de Octavio Paz? ¿Por quién? ¿Se pareció el México de esa misma década al fresco narrado por Carlos Fuentes en La región más transparente? ¿O el México de los años sesenta y setenta al de La guerra de Galio de Héctor Águilar Camín? Los ejemplos pueden multiplicarse. No así el malestar de que la obra literaria no es un documento cartográfico.

Porque en realidad lo que se busca son emociones, sensaciones, pensamientos cortos que resumen rostros, maneras de pensar, olores. “Convencido de que nacer bajo el signo de Acuario” –comenta Villoro–, “determinó que tendría goteras de por vida, Ibargüengoitia vio los desastres cotidianos con una ironía que casi los volvía entrañables….Sin ser un sibarita de la catástrofe, descubrió que el caos divierte, encontró festivos anticuerpos contra el mal y dejó una guía de cómo sobrevivir a las molestias de los vecinos, los engaños del gobierno, la solemnidad de los intelectuales…”

¿Es posible preguntarse en el Centro histórico de la Lima de hoy, “¿cuándo se jodió el Perú, Zavalita, cuándo?” ¿Es que se perdió algo, alguna vez, en alguna parte? El escritor no puede ser ya conciencia de la sociedad sino máximo un amanuense a lo Bartebly de Herman Melville: dar cuenta de lo que sucede con la suficiente ironía para permitir sobrevivir ofreciendo anticuerpos contra el mal….

La consigna para nuestra época la da, por ejemplo John Banville, cuando opinaba que “el único deber de un autor es escribir buenas novelas. Si se intentan mezclar arte y política, puede que el resultado final sean malas artes y una mala política”. Hay que subrayar el “puede”. No es esta una época,– para los escritores,– de afirmaciones absolutas ni de juicios condenatorios porque saborean  la complejidad de Babel y les resulta injurioso  reducir a consignas las personas.

Los escritores han llegado,  así, a un grado de lucidez que los vuelve víctimas indefensas del poder que en cambio, los subyuga catalogando, clasificando, ordenando y condenando. No les es posible contribuir a  la reducción del mundo a base de brochazos. Ni volverse guías para lectores que creen todavía  en la verdad de los espejos.

Otros textos de Joaquín Hernández publicados en LaRepública:

Camus-Sartre

¿Sin libros ni lectores?

Más relacionadas