Mujica y Bachelet

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

José “Pepe” Mujica y Michelle Bachelet parecieran representar un tipo de liderazgo muy sui géneris en el contexto regional. El presidente uruguayo y la electa presidenta chilena buscan consensos en lugar de polarización; quieren emprender cambios sociales profundos, pero sin romper los equilibrios que existen en una democracia; están abiertos a discutir todos los temas posibles, pero desde la premisa del diálogo inclusivo; son sencillos en el fondo y en la forma en que se conducen políticamente en sus gestiones de Gobierno, no están trastornados con acaparar poder.

Pero, por sobre todo, representan esa manera de sobreponerse a situaciones límite –la persecución, la cárcel y las atrocidades vividas en carne propia durante la dictadura- para renacer desde la grandeza de espíritu que reconoce al otro en sus diferencias y trata de tender puentes institucionales para crear un sociedad con un denominador común que permita la convivencia. Guardando las distancias y el contexto, los dos constituyen versiones latinas del recordado Nelson Mandela y, como él, representan un antes y un después en su país y en la región.

Es tan fuerte la conexión –por la vía de las similitudes- que se puede percibir entre estos dos líderes, que hace dos semanas Ascanio Cavallo, en La Tercera, señalaba que la coalición de centroizquierda que apoya a Bachelet miraba directamente a Mujica y a su Frente Amplio como un alma gemela de cuyo proceso podían recoger  lecciones. Sobre todo cómo han podido subsistir y crear Gobierno exitoso desde un abanico de 23 partidos –que incluye a opciones de ultraizquierda-, cuando la nueva opción chilena alberga a una decena de partidos y movimientos que pudieran tener serios problemas de convivencia una vez empezada su gestión en marzo.

Como explica Cavallo, la razón más importante para mirar hacia Uruguay radicaría en “el propio cambio que ha estado viviendo Chile. Lo que algunos llaman ‘izquierdización’ podría denominarse mejor como ‘uruguayización’. ¿En qué consiste? Primero, en un cierto cansancio con las motivaciones de la competencia y el éxito capitalista. Segundo, en una valoración de los bienes públicos que solo pueden ser incrementados mediante las reformas graduales y consensuadas, sin estridencia ni grandilocuencia, con una gran dosis de paciencia.” Esto, finalmente, se expresaría “en la aspiración a la igualdad por sobre el crecimiento, al menos en cuanto este último llegue a significar que grupos sociales relevantes se vayan quedando atrás.”

Pero lo más importante de estos dos procesos y liderazgos, es que se convierten en una especie de contrafactual regional respecto a otros modelos más autoritarios, frente a la discusión de lo que los procesos de transformación e inclusión social pueden implicar en una democracia. Mujica y Bachelet no creen en una verdad única, ni la pretenden tener. No tienen miedo al debate y reconocen al resto. Con una sonrisa de acogida, no de mofa.

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