¿Qué es lo que quieren los chilenos?

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

“Chile representa un modelo al que continuamente ponemos como ejemplo a seguir, pero que parecería que a los únicos que no les gusta es a los propios chilenos”. Una contradicción que, a veces, complica el análisis de la situación chilena, según el comentario de un expresidente sudamericano, lúcido observador de la realidad política regional.

Esa aparente contradicción es alimentada por distintas manifestaciones de los chilenos y en nada la alivian los últimos resultados electorales que culminaron con la elección de Michelle Bachelet, quien seguramente se planteará día y día la pregunta del principio.

Bachelet, por ejemplo, cuando terminó su primer mandato hace cuatro años contaba con la simpatía del 84% de los chilenos, los cuales, sin embargo, votaron en contra de su partido y de su candidato. La Concertación, luego de 20 años de buenas gestiones, dentro del modelo, perdió frente a la oposición de derecha. Los chilenos, tan cariñosos con Bachelet, no votaron por su correligionario el expresidente Eduardo Frei, y eligieron a Sebastián Piñera.

Algo parecido le pasó ahora al propio Piñera. Tras un mandato que enfrentó imponderables en el principio –comenzó con un terremoto, seguido del drama de los mineros– muestra una exitosa gestión en lo económico, con un crecimiento promedio del 5%, inflación menor al 2% y desempleo del 6%, todo lo que, empero, de nada le sirvió para evitar un fuerte rechazo electoral. Es cierto que los dos partidos de derecha, bastante divididos, contribuyeron a la caída: con una muy peleada elección del candidato original, que luego desertó para ser sustituido por una candidata sin la “legitimidad de internas”, que si bien contaba con el apoyo de Piñera, este de todas formas no fue muy entusiasta durante la campaña. Además tuvo enfrente a una Bachelet cuasi mistificada, cuya aureola de la retirada se reforzó con una cómoda ausencia al frente de un alto y prestigioso cargo internacional (ONU Mujeres). Muy políticamente correcto.

Para el oficialismo fue una catastrófica derrota, lo que no significa que haya sido, como se ha dicho y escrito en estos días, una abrumadora, aplastante o rotunda victoria de la Nueva Mayoría –ya no más Concertación– que lideró Bachelet.

En las dos instancias –elecciones de noviembre y balotaje de diciembre– la presidenta electa solo logró un respaldo de 25% del electorado. En la elección la votó el 46,67% de un total del votantes que representaba el 49% de todos los inscriptos, y en la segunda el 62% del 41% de los habilitados. En términos porcentuales, Bachelet, no obstante aquellas simpatías del 84%, prácticamente repitió lo de su primera elección del 2006 (45,96%), pero en términos absolutos esta vez los votos fueron bastantes menos. Uno de cada cuatro chilenos votó por Bachelet. Esto es, de los 13,5 millones de chilenos que podían votar, 3 de cada 4 votaron en su contra o no la votaron.

Fue una primera experiencia de elección voluntaria, en la que hubo una gran abstención (51 y 48%).

¿Cómo se lee esto? ¿Como un castigo al gobierno que termina? No parece, no es la forma. ¿Apoyo a las ideas y propuestas renovadoras de la candidata opositora? Debería haber tenido un respaldo más activo y no solo la suma de los votos del Partido Comunista, ¿no? ¿Conformidad con la situación como ocurre en muchos países desarrollados? Algo de ello puede haber. ¿Rechazo a la clase política? Esta es una lectura en la que muchos coinciden, pero que no parece que sea una expresión tan clara en ese sentido.

Bachelet tiene que encontrar la o las respuestas. Los mensajes son variados y contradictorios. Las manifestaciones en la calle y el estruendo de las militancias se hacen oír. Hacen ruido fuerte, pero eso no quiere decir que sean muchos. Mientras los estudiantes tomaban las calles, las encuestas decían que la mayoría de los chilenos creían en la sociedad capitalista y en la distribución de la riqueza en función del esfuerzo.

En su segunda presidencia Bachelet va a tener que afinar mucho el oído para escuchar y averiguar lo que quieren los que no fueron a votar y se han mantenido en silencio.

Interpretarlo con aquello de que el que calla otorga, no basta. Y además quizás no sea tan así. Lo único cierto es que el que calla no dice nada. Por ahora.

* Danilo Arbilla es periodista uruguayo. Su texto ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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