A golpe de chequera

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Con la chequera en la mano recibió Vladimir Putin al presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich, en su viaje a Moscú. Mientras tanto, miles de ciudadanos descontentos con la política de su presidente hacia Rusia, acampaban en la Plaza de la Independencia de Kiev, rebautizada Euromaidán (Plaza Europa), a pesar de las bajas temperaturas y la nieve por un lado, y el acoso de la Policía por el otro. El domingo, los ciudadanos se manifestaron a manera de despedida de Yanukóvich. Los organizadores dijeron que lograron reunir a 400.000 personas; según la prensa, la manifestación reunió entre 150.000 y 300.000 personas, y la Policía dijo que no había más de ¡20.000! personas.

El motivo del descontento es que los ucranianos quieren entrar en la Unión Europea a pesar de todos los problemas por los cuales está atravesando la zona que soporta una aguda crisis económica y cifras muy altas de desempleo. Sabiendo esto, prefieren ser parte de la UE antes que caer de nuevo dentro del área de influencia de Moscú. Putin, desde que llegó al poder en el que se mantiene a través de maniobras en las que utiliza a su segundo, Dmitri Medvédev, alternándose en los cargos de Jefe de Gobierno y Jefe de Estado, no ha logrado disimular, a pesar de la inexpresividad de un rostro de piedra, sus deseos de reconstruir el fracasado imperio soviético si bien no lo hará recurriendo al mismo nombre. Por el momento ha creado la llamada Unión Aduanera, que culminará en la Unión Euroasiática, que aglutinará a las antiguas repúblicas de la URSS.

Los ucranianos, que han sufrido en carne propia aquella experiencia fallida, no desean pasar por lo mismo. Putin, antiguo agente de la KGB, la poderosa y temida policía secreta soviética creada para espiar a los ciudadanos y enviar al gulag a todos aquellos que manifestaran una posición “antirrevolucionaria”, no está dispuesto a ceder ninguno de los territorios sobre los cuales aspira reconstruir su antiguo imperio. Ucrania es uno de ellos, con el plus que el gasoducto que lleva gas ruso a Europa pasa por este país, que además le permite mantener una base naval en Crimea y sus barcos de guerra en el Mar Negro.

Es tan grande la oposición de los ucranianos a integrarse a la Unión Aduanera rusa, preludio de la siguiente unión, que los manifestantes acampados en la Plaza de la Libertad dijeron que si Yanukóvich llegaba a firmar tal documento, sería mejor que no regresara a Kiev, que bien podía quedarse en Moscú. Las banderas de la Unión Europea, azul con el círculo de 28 estrellas doradas, junto a banderas de Ucrania, ondean sobre las barricadas en las que los manifestantes, alrededor de fogatas, buscan escapar del frío y de la nieve.

Ucrania nos parece a los latinoamericanos un territorio poco menos que extraño, del que no sabemos nada a no ser por aquella famosa película de “La carga de caballería de la Brigada Ligera”, en la que el mejor cuerpo del ejército inglés se estrelló contra la artillería rusa a mediados del siglo XIX, en la llamada “guerra de Crimea”. Sin embargo, hay puntos de coincidencia que poseen su interés. Mientras Putin cautiva y embauca a otros gobiernos con la historia del precio del gas y los préstamos a fondo perdido, en Latinoamérica sucede exactamente lo mismo, con la única diferencia que Rusia posee una economía fuerte y puede darse tales lujos, mientras que en Latinoamérica el que embauca y seduce con su petróleo se encuentra en la ruina. En tanto, Rusia busca alejarse de su pasado marxista-leninista, Cuba insiste en la experiencia y reconoce este sistema en su propia Constitución, aunque busca romper la ortodoxia introduciendo apresuradas medidas aperturistas antes que la Revolución (así con mayúsculas, para la izquierda cavernaria) se desmorone como se desmoronó el Muro de Berlín. Para no estar solo, Castro intenta exportar “su” revolución a otros países en los que posiblemente sus mandatarios y mandatarias no leyeron jamás a Lenin, y si lo leyeron no lo entendieron, por lo que van corriendo atrás de esta quimera.

El caso de Ucrania frente a las pretensiones de Putin se parece a aquella definición que dio un humorista sobre el matrimonio: “Es una institución en la que los que están adentro quieren salir y los que están afuera quieren entrar”. Los países que probaron la medicina son los que quieren salir. Nuestros países, peor que pobres, ignorantes, son los que quieren entrar.