El pesebre de Francisco

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

Cuenta la leyenda, que en 1223, la localidad de Greccio, una comunidad mayoritariamente campesina del centro-sur italiano, se aprestaba a celebrar la Navidad con la presencia de Francisco de Asís. El santo quería explicarles a todos la maravillosa experiencia que significó la humanización de la deidad única y el mensaje de sencillez y esperanza que la presencia de Jesús les traía a todos, especialmente a los más pobres. El intento de Francisco comenzó a naufragar ante la poca capacidad de comprensión del analfabeto auditorio, por lo que el santo recurrió a una herramienta mucho más didáctica que cualquier discurso: reconstruyó la escena del nacimiento.

Sorprendidos, los campesinos empezaron a armar un pesebre –el primero de la historia- con los animales del lugar y las figuras que representaran a la sagrada familia y a los pastores que los visitaron. Solo faltaba el niño. El santo que recibió el mandato de reconstruir los fundamentos de la Iglesia desde un voto de pobreza y sencillez, habría buscado una imagen del nacido de María y la habría colocado en medio de la representación. La leyenda dice que la figura le sonrió al santo y a todos los presentes, como si reafirmara que el nacimiento implicaba tanto humildad como una alegría profunda frente a un acto que conectaba a todos, particularmente a los más pobres, con la esencia de Dios.

Casi ocho siglos después, Francisco, el primer Papa que con su nombre refiere al santo de Asís, acaba de ser nombrado personaje del año por la revista Time por la increíble capacidad demostrada para despertar a una institución de dos milenios de antigüedad en pleno siglo XXI.

La revista señala que el primer pontífice del “nuevo mundo” está generando una vuelta de tuerca donde el mensaje se mantiene, pero cambia el espíritu.

En lugar de sancionar, la Iglesia liderada por Francisco ha recibido el llamado de acoger a todos. En vez de quedarse en sus oficinas, la institución ahora tiene el deber de estar en la calle, acompañando, curando las heridas de esa batalla de 24/7 que es la vida. La casa que el Papa comanda, como él pide, debe comprender más que juzgar.

Y lo debe hacer desde la sencillez y pobreza que en la práctica puso Francisco de Asís y pone el de Roma, para conectarse con lo fundamental.

La brisa de frescura que el pontífice ha insuflado a la Iglesia, a través de esta especie de didáctica del predicar con el ejemplo, hace de esta Navidad un hecho especial. Nos regresa al pesebre, a ese acontecimiento que conecta lo humano y lo divino desde lo simple y lo perfecto. Nos devuelve la sensación de reconstrucción que solo los niños pueden evocar. Nos muestra una imagen que está fuera de la fanfarria y la grandilocuencia del poder y se centra en lo esencial de un mensaje que destila humildad, esperanza y alegría.

Tal como ocurriera con el santo de Asís, el niño Jesús también le debe sonreír al Papa Francisco. Y a través suyo, al resto.

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