Los políticos perfectos

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Los simpatizantes de los caudillos, de la izquierda o de la derecha, deben entender, para su propio beneficio, que sus líderes aclamados no son perfectos. Una cosa es que esa sea su ilusión y otra, muy distinta, la cruda realidad. Y esta va dejando en claro que la naturaleza humana de estos políticos, imperfecta por origen, va dejando su evidencia en cada paso que dan. De manera que sus acciones son objeto favorito de gente que, como nosotros, nos encanta observar los pasos en falso que dan aquellos que se sienten privilegiados por el pueblo y, por ende, autorizados a hacer lo que mejor les place, en nombre de ese mismo pueblo al que dicen amar.

Hay personas muy inteligentes que, cuando se trata de defender a sus caudillos, son capaces de retorcer los hechos para que su defendido nunca quede mal. Que siempre quede mal el otro. Que la culpa siempre recaiga en el que está al frente, en el opositor. Y que nada, ni una partícula de ceniza, manche la inmaculada gestión de este político que ocupa una función pública. Pésimo favor que le hacen. Mejor harían en señalar, con estilo pero sin disimulos, los puntos flacos de una administración que puede ser buena, pero que siempre necesita y puede ser mejor. Para eso servían, en tiempos de la partidocracia y otros más antiguos, las críticas que podían venir de distintos sectores.

De repente, en la historia política republicana del Ecuador, se inauguró la perfección. Nadie se equivoca. Nadie mete la pata. Nadie queda mal. Será por eso que las reelecciones se pusieron de moda, porque el éxito de estos políticos resultó haber podido convencer a los votantes que, como ellos, tan perfectos, no hay dos. Que si viene alguien distinto, todo saldrá mal o peor de lo que está saliendo en este momento. Que si la gente se atreve a votar diferente, la hecatombe vendrá de inmediato.

Debería haber un espacio asignado a los incrédulos como nosotros. A los que siempre tenemos una pregunta pendiente dirigida a ese político perfecto, al que nunca se equivoca. A los que observamos tanto a los caudillos de izquierda como a los de la derecha, porque siempre decimos, que, en el fondo, son muy parecidos y usan artilugios de la misma especie para conquistar sus espacios.

Digo esto a pocos días de que se inicie, oficialmente, la campaña electoral. Y en Guayaquil, al menos, la situación está caldeada de tal manera que, cuando critico al Gobierno, me aplauden los nebotistas. En ese momento me toman como un nebotista más. Después critico a Nebot, y hasta los verdes me aplauden, mientras los afines al alcalde comienzan a sugerir que soy simpatizante de Rafael. Imagínense.

Nada de eso. En campaña, vale la pena referirse a todos los temas que preocupan a los ciudadanos y hay que hacerlo en el tono que merece, por ejemplo, un drama tan fuerte como el que soportan los guayaquileños, la inseguridad. Si un candidato a alcalde únicamente tiene que decir que la vida de los ciudadanos está en manos del Gobierno y no puede hacer nada más, solo será un medio alcalde. En adelante, que nadie se desentienda de nada. Las pugnas políticas ya nos han costado demasiado.

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