Recuperando tiempo

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Finalmente, luego de varios años de espera, las negociaciones para celebrar un tratado bilateral de comercio con la Unión Europea han tomado cuerpo. Porque, en definitiva, será un convenio comercial lo que eventualmente se firmará más allá de los adjetivos o calificativos que se prefieran. Después de todo, y aquí la paradoja, si bien el convenio será fundamentalmente comercial su contenido se extiende más allá de ese perímetro a pesar de su etiqueta. La nueva tipología de estos acuerdos comerciales que se vienen celebrando en los últimos quince años incluye asuntos tales como el respeto a derechos fundamentales, vigencia democrática, estándares laborales, libertad de asociación, especialmente sindical, medioambiente, así como otras áreas más afines al comercio como propiedad intelectual, licitaciones e inversión extranjera.

El tratado bilateral que se estaría por firmar en el primer trimestre de este año no será sustancialmente diferente de aquel que pudimos haber firmado tiempo atrás, o de aquellos que ya han celebrado nuestros vecinos. Claro que sería ideal obtener mayores ventajas. Pero realísticamente la cancha ya está trazada. Habrá algunas concesiones a nuestras posiciones que probablemente serán luego promovidas publicitariamente. Pero en lo medular, no deberíamos esperar que nuestro tratado sea “único” o “excepcional”.

Pero hoy el tiempo apremia. Los obstáculos que antes se esgrimían como invencibles para decirle no al acuerdo se han apagado. Desde aquello de que la Constitución no permite este tipo de acuerdos internacionales, pasando por lo del menoscabo a la soberanía nacional, hasta lo más reciente, de que el acuerdo con la Unión Europea conllevará una disminución de nuestra “competitividad”, todos estos argumentos y muchos otros similares han tenido que ceder frente a esa antipática intrusa que es la realidad económica. El país no podía darse el lujo de seguir perdiendo su acceso a un mercado tan importante como el europeo. Esto era algo que se advirtió una y otra vez en su momento, pero que sumaria y hasta ofensivamente era descartado. Hoy, afortunadamente, la necesidad del acuerdo ha sido aceptada y su conveniencia, reconocida.

Durante todo este tiempo ha sido probablemente el sector bananero el que más ha sufrido por ese estado de negación. La increíble decisión de renunciar a nuestros derechos ganados en sendos arbitrajes internacionales a una profunda e inmediata desgravación arancelaria –luego de diez años de una sagaz política diplomática librada en la Organización Mundial del Comercio– fue uno de los más serios e incomprensibles golpes asestados a esta actividad económica de la que dependen miles de familias. Decisión a la que se vienen sumando otras que tendrían como efecto –debemos creer que no buscado– de destronar al Ecuador de su posición de primer exportador mundial de esta fruta.

De llegarse a firmar el tratado de comercio, ello será un paso necesario pero no suficiente para robustecer el dinamismo de nuestra economía y disminuir nuestra dependencia petrolera. Si al tratado bilateral no le siguen una serie de reformas legales internas y cambios políticos, lo que habremos hecho es seguir perdiendo el tiempo y profundizar nuestra crisis.

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