Cómo será el 2014

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

Siempre ilusiona en cambio de año, aunque la sensación dure poco más que el gas de la champaña para celebrarlo. Llegó, como todos, con el aroma del recién nacido, como si no tuviese pasado ni fuera más que un cambio de dígito en el calendario. Aun así, esta inexorable matemática de los días, que no tiene un comportamiento distinto el 31 de diciembre que el que ofrece cualquier día de un mes de junio, traza cada 12 meses una línea marcada y perentoria, una meta, un final, un nuevo inicio; es uno de esos convencionalismos impuestos por la astrología, cuando los ciclos naturales, el devenir de las mareas, la rotación sin fin de la Tierra sobre su eje, vuelven a disparar la señal de partida, con el efecto, puramente psicológico y por lo tanto más contundente que la realidad, de haber dejado todo el lastre sepultado en el segundero justo antes de que pite, entusiasta, brillante, jocundo, el minuto triunfal que inaugura una etapa nueva. Aunque ya entró hace un mes, debía este saludo rendido ante la magia del tiempo, y a quienes se toman parte de él para leerme.

Pueblos y ciudades estallan con luces, los desconocidos se abrazan, los conocidos se besan, los amantes lloran, los niños saltan. Cuántas lágrimas hemos visto derramarse con la champaña que saluda el Año Nuevo, porque el espíritu se agita de emoción más que los caldos antes del descorche; cuántas promesas implícitas renovarse; cuánta palabra de afecto brotar incontenible; cuánto gesto contrito, cuánto despliegue heroico, que este año nos casamos, que ahora sí renuncio, que emprendo, que viajo, que ahora sí cualquier cosa, pase lo que pase, le guste a quien le guste. Y nada de regalitos, que tanto estropean con el peso de la materia la ingravidez y la incorporeidad de los momentos especiales.

Así que hay que reconocer, celebrar y sobre todo aprovechar las propiedades terapéuticas y profilácticas del cambio de año, de modo que las efervescencias emocionales superen y sobrevivan a las consecuencias gaseosas de los excesos, inevitables en estas fechas. Me temo que quemar el año viejo no es buena manera de recibir al nuevo, que podría instalarse con la prevención de ser igualmente sacrificado llegada la hora –o el año, para mantener la consistencia de la línea argumental-. No, nada de pirotecnia ni ingratitud, pues la mejor manera de recibir a un colega es despedir con honores a su predecesor.

El tiempo no es otra cosa que lo que hacemos con él. No podemos confiar en el futuro si no somos capaces de proteger el pasado. La vida es generosa con quienes se entregan sin cálculo a ella, con quienes son capaces de enamorarla sin esperar correspondencia, con quienes la piensan sin pensarse, y creen en ella sin preguntarse por sí mismos, con quienes se encuentran buscándola, con quienes se comprometen a vivirla con intensidad cada hora, cada día, sin importar la llegada del momento perfecto, que jamás llega; porque los momentos no llegan, se crean; no vienen, se van; no se planifican, se evaporan; no existen, se inventan. Y este año nuevo será, como casi todos, reflejo de nuestro personal diseño, tan especial, tan prolífico, tan positivo como sepamos inventarlo.

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