Lo local y lo nacional

Jacobo Velasco
Manchester, Reino Unido

Las elecciones de este domingo están relacionadas con un debate permanente en el país: la definición de los espacios locales y nacionales. Esta discusión de largo aliento parecía haberse zanjado con un formato que brindaba a los municipios y prefecturas más independencia de gestión. Esto se originaba de una dinámica en la que los espacios de desarrollo local –con algunos casos notables como los de Quito, Guayaquil, Cuenca y Cotacachi- habían ganado cierta predominancia frente al modelo de gestión nacional.

Mientras en los primeros, la continuidad en la gestión administrativa –y también política- desarrolló exitosos modelos que nacieron de proyectos por repensar los espacios locales, potenciándolos con obras concretas e integración de la comunidad, el espacio nacional carecía de una identidad, y estaba más caracterizado por la inestabilidad, la incertidumbre y las reversiones. Era de suyo que el éxito de los proyectos locales replanteara la dinámica centralista del Estado y, por su debilidad intrínseca, se abrieran espacios para una gestión más autónoma que cubría nichos que el Estado no había podido abordar con solvencia. El resultado fue una complementariedad entre lo local y lo nacional, con un eje centrado en la gestión del primer espacio.

Con la revolución ciudadana esta dinámica cambió. La idea de un proyecto nacional se impuso, no solo desde una matriz ideológica sino también práctica. El mentado proyecto de la RC es, paradójicamente, tributario de la historia de los proyectos locales. Pero ahora la fuerte presencia estatal se impone desde una dinámica en la que se ha fortalecido –o para algunos, exagerado- el tamaño del Estado para potenciar la entrega de bienes y servicios públicos.

Ahora el Estado tiene una agenda propia que quiere imponer al modelo de gestión local con dos aristas: una operativa y otra política. La primera tiene que ver con cómo las decisiones locales están supeditadas a las del poder central. Eso se observa en la poca capacidad de decisión de los órganos del gobierno en las provincias o ciudades. La centralización de las decisiones –con la idea de que deben seguir la impronta nacional- en muchos sentidos invisibiliza los matices con que se abordan los problemas locales. Esto se aprecia no solo en la gestión de gobierno sino también en la relación menos independiente de los municipios y prefecturas respecto del poder central. Quito es un ejemplo vivo.

En lo político, la lógica de poder tuvo un vuelco total. Antes, el fortalecimiento político de lo local y la debilidad política de lo nacional generaban una dinámica en el que el importante de la foto era el líder local. Ahora es al revés. Es el Presidente quien marca la pauta del apoyo –o rechazo- a los líderes y candidatos locales. La pregunta es si queremos un modelo complementario o supeditado entre lo local y lo nacional. Y de qué manera, quienes salgan electos, pueden garantizar uno de estos modelos.

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