Sistemas de abundancia

Bernardo Tobar Carrión
Quito, Ecuador

En estos días México, Estados Unidos y Canadá celebran los primeros 20 años del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), una experiencia positiva bajo los indicadores más relevantes, cuyo pilar fundamental ha sido el comercio.   La política interna en estos países tiene poco en común.   EE.UU gira en torno a la premisa de un país libre donde no deben existir límites al crecimiento individual, más allá de los matices que introdujo Obama al contraponer Main Street a Wall Street. Allí las campañas políticas se ganan prometiéndole al ciudadano menos control estatal, algo impensable al otro lado de la frontera sur. La impronta que dejó la monarquía española en sus colonias es, en la ecuación que enfrenta derechos individuales y poder estatal, diametralmente opuesta a la cultura anglosajona.

Pero estas diferencias en casi todos los órdenes no han impedido que el intercambio entre los miembros del TLC bordee USD$ 1 trillón anual. Muchas de las prevenciones teóricas  hace más de dos décadas derivadas de las asimetrías de las tres economías han sido superadas por la prueba práctica del concepto. Datos duros confirman que han sido más los empleos creados localmente que en el exterior por efecto de la apertura. Aún más, es esta producción utilizando eficiencias comparativas de los otros países miembros del TLC lo que  ha permitido la expansión de la industria local. Más que productos terminados, el intercambio regional ha favorecido el comercio de partes y piezas, de modo que los productos importados por Estados Unidos desde México, por ejemplo, incorporan en promedio 40% de valor originado en aquél. En cifras, de los $277 billones importados desde México en 2012, $111 billones fueron generados por trabajadores norteamericanos.

Pero los logros de los 20 años transcurridos son apenas la punta del iceberg; recientes transformaciones en ese bloque regional le confieren un potencial extraordinario.  México acaba de abandonar una larga tradición de gestión estatal y ha reformado su sistema legal para atraer inversión privada y tecnología a los recursos naturales.   En los Estados Unidos las nuevas tecnologías para la explotación de petróleo y gas (shale oil) han mudado una conversación sobre dependencia energética en una de autosuficiencia. En Canadá nuevas tecnologías están liberando el potencial de las arenas petroleras de Alberta, y el aumento de temperaturas en el Ártico abre una nueva frontera exploratoria. Solo en energía estas tres naciones estiman varios millones de nuevos empleos en los próximos cinco años, sin contar con la expansión de las redes regionales integradas a la cadena de valor.

Aparentes coincidencias temporales son en realidad signos de lecciones para reflexionar: México tiene un grave problema de seguridad interna y un tercio de las reservas de petróleo de Venezuela, sin embargo Caracas se debate al borde del colapso mientras en el D.F. se discute, en estos mismos instantes, sobre el futuro de abundancia del bloque más poderoso de Occidente. Porque la abundancia no está en los recursos, sino en sistemas que liberan el potencial humano.

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