Después de la derrota

Vicente Albornoz
Quito, Ecuador

Dado que hoy no se puede hacer ningún comentario que suene a apoyo o crítica a algún candidato (porque sino nos han de mandar a multar y rectificar), es el día ideal para topar un tema histórico: el comportamiento del gobierno autoritario y populista de León Febres Cordero, luego de la derrota en las elecciones de medio período en 1986.

Febres Cordero había llegado al poder en agosto de 1984, con una economía que finalmente se había estabilizado luego de recibir tres golpes consecutivos (Paquisha en el 81, la Crisis Latinoamericana de la Deuda en el 82 y las inundaciones de El Niño en el 83).

Cuando asumió la presidencia hubo una cierta ola de optimismo gracias a un discurso que sonaba «pro empresa» y que ofrecía manejar bien la economía. El Gobierno arrancó siendo bastante autoritario pero su manejo económico, al menos al inicio, fue relativamente serio.

Mientras que a fines del 84 ponía tanques alrededor de la Corte Suprema, en los mismos meses subía el ITM (impuesto a las transacciones mercantiles, antepasado inmediato del IVA), lo cual permitió equilibrar el presupuesto. La economía estabilizada, sumada al optimismo y el buen manejo fiscal lograron que el PIB creciera en 1985 al 4,3%, la mejor tasa desde 1980.

En ese momento hasta se pudo creer que la crisis de la deuda estaba superada y que venía un nuevo período de crecimiento y prosperidad. Pero el precio del petróleo cayó a inicios de 1986 a casi la mitad de lo que había estado en el año anterior y el Gobierno no hizo nada. Si bien lo responsable hubiera sido tratar de devaluar la moneda y reducir el gasto (porque simplemente no había recursos en la caja fiscal), pero por el populismo todavía embrionario del Gobierno era impensable implementar alguna reforma impopular antes de las elecciones de medio período.

El resultado de las elecciones fue muy negativo para el Gobierno, incluso perdió un plebiscito que se le ocurrió convocar en la misma fecha. Y entonces se terminó todo manejo responsable de la economía y el populismo se mostró en todos sus absurdos.

El gasto público (que debería haber bajado) subió y empezó a financiarse con emisión inorgánica. En realidad esa fue la primera vez en varias décadas que un Gobierno recurría al Banco Central como fuente de financiamiento. Y eso fue desastroso porque la creación de dinero dispara la inflación.

El populismo siguió floreciendo cuando el Gobierno continuó en su tren de gastos a pesar de la ruptura del oleoducto en marzo de 1987 y a pesar del consiguiente colapso de los ingresos petroleros del Fisco. La «maquinita de imprimir billetes» se puso a trabajar a todo vapor y el déficit fiscal se cubrió con emisión pura y dura. Y la inflación se disparó.

Cuando en agosto de 1988 un nuevo Gobierno asumió el poder, el país estaba en soletas, con una reserva monetaria internacional negativa y una inflación galopante que iba a rozar el 100% unos meses después.

* El texto de Vicente Albornoz ha sido publicado originalmente en El Comercio.


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