El mensaje de Quito el 23F

Miguel Molina Díaz
Barcelona, España

Los resultados de las elecciones locales en el Ecuador arrojan, a primera vista, un mensaje absolutamente contundente al partido de gobierno: el modelo de poder y de propaganda de Alianza País está agotándose. No basta la publicidad desmedida y el carisma del presidente para garantizar el triunfo. Según los conteos rápidos el movimiento oficialista habría perdido las alcaldías de las principales ciudades del Ecuador lo cual constituye el golpe más fuerte al correísmo en 7 años de hegemonía política.

Sin duda, el caso que mayor interés despierta es el de Quito. No solo por su condición de capital sino, además, porque se trata de la alcaldía más disputada de esta jornada. El mismo Rafael Correa llegó a expresar que el triunfo de un candidato de la oposición podría poner en peligro la continuidad de la Revolución Ciudadana. Cabe preguntarse: ¿hasta qué punto el apocalíptico vaticinio del presidente de la República tiene un asidero lógico?

Si bien la afirmación de Correa fue exagerada y fue resultado de una evidente desesperación ante los sondeos, es absolutamente claro que el descontento hacia la administración de Augusto Barrera y el descontento hacia el gobierno nacional, que deben medirse por separado, convergieron en un sentimiento de rechazo a la candidatura oficialista y, consecuentemente, un debilitamiento local (y nacional) para Alianza País.

Mauricio Rodas ha sido un gran canalizador de ese descontento y tuvo la visión, el liderazgo y la audacia de ofrecer, sobre ese terreno, una visión refrescante e innovadora de la ciudad. Ante el crecimiento de SUMA en los sondeos, las torpes estrategias del oficialismo no hicieron sino contribuir al afianzamiento de Rodas en el electorado.

Rafael Correa debe entender que su padrinazgo, por lo menos en el caso de Quito, fue fulminante en el proceso de debacle de Augusto Barrera. Todas sus declaraciones no hicieron sino demostrar la desesperación del partido de gobierno y la prepotencia de quién no ha perdido una elección en 7 años. A Quito, una ciudad de profunda tradición política, no le hizo ninguna gracia que le digan por quién votar. La sabatina del día sábado fue la cereza del pastel de esa colosal arrogancia presidencial que hoy, por primera vez, tiene la oportunidad de verse frente a un cable a tierra.

En ese mismo sentido, hay que decir que la incompatibilidad de la figura de Barrera con lo que los quiteños esperamos de nuestro alcalde no es nada nuevo. Los alcaldes de la capital, por la importancia política de la misma, han sido siempre líderes nacionales y eso, justamente, es lo que se espera de ellos. Barrera perdió porque jamás fue un alcalde para la ciudad. Fue un funcionario que bailaba entre la tecnocracia y la dependencia al poder ejecutivo. Tan claro fue el sometimiento de Barrera al presidente de la República que, en una memorable sabatina, el mandatario impuso su voluntad sobre el nombre del nuevo aeropuerto.

Barrera no fue capaz de proyectar su liderazgo. Quito vivió 5 años de orfandad política. Se le cobró factura por su silencio cómplice y su sometimiento. Fue un alcalde que no alzó la voz por la prisión de los 10 de Luluncoto y los 12 del Central Técnico, ni por la explotación del Yasuní, ni por el COIP, ni por la Ley de Comunicación y sus nefastos resultados. Por más que el COOTAD señale claramente las obligaciones de un alcalde, la perspicacia política exige inteligencia y coherencia. El alcalde de Quito debe ser un líder nacional. Así de simple. Y Barrera no lo fue.

Alianza País está frente a la oportunidad de recibir y reflexionar sobre el diáfano e implacable mensaje que se ha enviado. Ellos, que tanto se habían vanagloriado de dar “palizas” en las urnas, han perdido el invicto. Ojalá entiendan, por fin, que la democracia no es sólo ganar elecciones sino proyectar y defender una visión de país que garantice derechos y libertades, un ambiente propicio para ejercer la libertad de expresión, crítica y pensamiento sin que eso implique linchamiento mediático gubernamental y miedo. La estrategia de seguir dividiendo al país en bandos antagónicos ha fracasado, el Presidente debe entender que no se puede manipular a los votantes y, mucho menos, calificarlos de forma grosera sólo porque no votan según el criterio y beneficio oficial, como lo hizo en 1996 Febres Cordero.

Dudo mucho que la derrota –porque a todas luces es una DERROTA– que hoy se cierne sobre el correismo sea, como quisieron hacernos suponer, parte de la apocalíptica estrategia para que la derecha mundial detenga eso que llaman revolución ciudadana. Pensar así es ingenuo, sobre todo desde la oposición pues implicaría olvidar que Correa sí es un líder nacional y de altísima popularidad. Sin embargo, el mapa de la política ecuatoriana se refresca y oxigena, se abren –ojalá– las puertas al pluralismo y a la diversidad, se rompe la idea del pensamiento único y se ofrece a la oposición la oportunidad de convertirse en la gran guardiana de la democracia. Y los resultados son, además, un saludo de hermandad a los estudiantes venezolanos que son víctimas de la represión dictatorial ejercida por el autoritario régimen chavista. No hay que olvidar que, en estos días de elecciones, Correa ofreció su respaldo a Nicolás Maduro, avergonzando la profunda vocación pacífica que históricamente ha tenido el Ecuador.

Mauricio Rodas, que al igual que Rafael Correa, ingresó a la política como un ‘outsider’ también debe tener muy claro el mensaje de Quito. En esta ocasión, pese a todos los esfuerzos del presidente Correa, la ciudad castigó a Augusto Barrera. Rodas no debe olvidar que, si no es el alcalde que todos esperamos y merecemos, también se le pasará su factura. El liderazgo requiere mucho más que una brillante estrategia de campaña para construirse sobre pilares sólidos. Es muy alta, por ende, su responsabilidad. Hay mucho trabajo por hacer en Quito. Esperemos que esté a la altura del desafío.

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