Perdiste, Rafael

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Siete años después, que no es poco, le llegó el punto de quiebre a la Revolución Ciudadana. Este 23F reemplaza a punta de votos al 30S, promocionado tanto por el gobierno como el día que triunfó la democracia. Hoy, la oposición le ha quitado el invicto a Rafael, mal acostumbrado a ganar siempre y con goleada. Y lo hace, arrebatándole Quito, Cuenca, Santo Domingo y muchas ciudades más, de los primeros resultados que se conocen. Ratificando que Guayaquil confía en Nebot y su modelo. Y que prefiere seguir así.

Lo primero que se debe hacer ante una derrota es reconocerla. Y de lo que veo hasta el momento, hay una resistencia para aceptarla por parte de Rafael. La maquilla, suaviza los términos, habla solo de un revés. Intenta convencerse a sí mismo que esta elección no se trata de un mensaje dirigido a él. Se hace el loco.

Pero sí, la cosa es con él. Ha bastado un año desde su última elección, en la que los verdes arrasaron prácticamente con toda la Asamblea, para que la tortilla se haya virado, como mal cantó doña Gabriela. No es sólo Quito, no es sólo Barrera –mal candidato, sí, pero que se hundió proporcionalmente más a medida que Rafael hacía más campaña por él- ni solo Guayaquil. Alrededor de todo el país desoyeron su pedido del “todo, todito” dicho así nomás como quien pide un cheque en blanco y no dice en que lo va a gastar. Creyó que si él lo pedía, el pueblo rendido debía complacerlo.

El mensaje está claro para quien lo quiera ver: el país se está cansando de los abusos. A fin de cuentas, los gobernantes están para gobernar y para que lo hagan bien. Para que administren bien los fondos públicos y no se los roben. Esa es su obligación y que se sepa, aún hay tarea pendiente en esos puntos.  No pueden pretender que, a cambio de mejorar los servicios públicos y dotar una buena infraestructura física, los ciudadanos renunciemos a derechos humanos tan básicos como poder expresarnos con libertad, sin ser perseguidos. No es posible que a cuentas de ser buenos recaudadores de fondos públicos, tengan la potestad de encerrar en la cárcel a sus opositores. La factura que se está cobrando ahora tiene nombres, anótenlos: Bonil, Mery Zamora, Cléver Jiménez, los chicos del Central Técnico, los diez de Luluncoto.

Allá ellos si no lo entienden así. Los alcaldes opositores, ciertamente, se convierten en actores políticos importantes porque asumimos que no serán comparsas para aplaudir hasta las metidas de pata presidenciales, como lo han venido haciendo, vergonzosamente, autoridades oficialistas que hoy han sido castigadas en las urnas. Aquello no significa que exista ningún contubernio ni un golpe en ciernes. Significa que, por primera vez en siete años, el gobierno tendrá que escuchar, en serio, a las voces que no coinciden con los puntos más flacos de la revolución ciudadana.

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