Locos por la derrota

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Reveladora la bronca entre Ramiro González versus el Corcho, Galo Mora y doña Betty. Sobre todo porque, aunque siempre supimos que hay correístas que se detestan entre ellos, este es el punto de partida de una carrera alocada por mantener, a como dé lugar, el poder más allá del año  2017.  Por eso asoman, en este instante, los fieles rafaelistas con el viejo truco de la reelección indefinida. Tranquilos, no es una sorpresa para nadie. Siempre supimos que eso se traían entre manos, porque basta con una mirada rápida a los cuadros verdes para confirmar que el primer soldado de la revolución ciudadana, es también el último. Un centinela sin relevo. Perdón. ¿Hay cuadros?

Parece que no. Todos son elementos que han servido para completar las papeletas pero no para consolidar un proyecto político. Perdón otra vez. ¿Alguien ha querido, en serio, consolidar un proyecto político? Poner a exfutbolistas, reinas o animadores de televisión a trabajar en eso debe ser bastante complicado.

Los hechos los desnudan. Han pretendido, desde hace siete años ya, avalar sus decisiones populistas con el voto mayoritario. Para eso no dudaron en desenterrar viejas prácticas partidocráticas que, hasta hace poquito no más, ellos también aborrecían. Hasta ahora. El 23F los ha aterrizado en una realidad que no conocían, la de perdedores. Y con ese sentimiento van a tener que encarar, de aquí en adelante, un Gobierno que ya no es tan popular. Un Gobierno que ya no tiene la misma plata que tuvo hace cinco, cuatro años. Un Gobierno que ha perdido a sus camaradas vecinos que le celebraban sus chistes. Un Gobierno que desde ahora se convertirá en una víctima de sus propias prácticas: el clientelismo puede ser cruel cuando al dadivoso se le acaban sus ahorros.

Lo inteligente, a estas alturas, no es únicamente plantearse la necesidad de mantener el poder. Lo sensato es discutir el para qué. El propio Rafael Correa debe darse muchas vueltas en su cama, sin tener la respuesta certera. Si ya no lo quieren tanto, dicho así para maquillar su peor derrota, que continúe el idilio político pegadito con babas no tiene ningún sentido. Los cachos están a la vista.

Lo responsable, a estas alturas, es apagar la música y acabar la fiesta. Ya se pegaron un buen baile. Festejaron y rieron. Muchos se vengaron de quién sabe qué. Pero ya. Querían que los otros ganen una elección y ya la ganaron. Tienen tres años más de poder que deben administrarlos muy bien, conscientes que puede venir otro Gobierno con ganas de auditarlo todo.

Lo decente, a estas alturas, es dejar de hacer trampa. Cambiar las reglas, a conveniencia propia, es hacer trampa. Reconocer que todos, toditos, dependen de uno, unito, es triste, pero ese es su problema. Tienen el poder para hacer las trampas que quieran y la elección para alcalde de Quito probablemente pase a la historia por ser la campaña más tramposa que recordemos. Pero aprendan. No siempre gana el que mete la zancadilla. A veces, pocas para lo que necesita el país, la decencia gana su espacio en la historia.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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