Dayuma, la puerta abierta

Miguel Ángel Cabodevilla
Pamplona, España

Dayuma, murió al comienzo de marzo. Desde lejos, he visto las fotografías de su desolado entierro en Toñampari. He sentido una gran tristeza. Ecuador, todo el país, al no darse por enterado de esta muerte y su significado, ha perdido una nueva ocasión de reconocerse a sí mismo, de ser justo con su historia y parte de sus orígenes. Dayuma era una gran señora, una mujer inteligente, la última de una estirpe irrepetible. No mereció despedirse de incógnito, sin una muestra oficial de respeto y veneración.

Su muerte ha venido a darse, casi justamente, un año después a la del matrimonio waorani (viejos amigos/enemigos suyos), lanceado en el Oriente el 5 de marzo del pasado año. Otros a quienes se ha pretendido olvidar. Sin embargo, Dayuma tuvo un impacto mucho más decisivo entre su gente y en el porvenir del país. Sé que muchos lectores pensarán que estas palabras son excesivas; agrandadas por paternalismo o simulación. Como opinaría seguramente aquél brillante y ácido articulista que fue Alejandro Carrión, querrán tacharme, como él, de “salvajista”. Es decir, de exagerar la importancia de la gente nativa, quizá de tratar así de conservar a la nación en un nicho arcaico e intocable, de favorecer el inmovilismo y la paralización.

Nada más lejos de la realidad. Habrá habido muy pocas personas en Ecuador, contemporáneas de Dayuma, que hayan hecho más por su país, por la apertura hacia el futuro y la convivencia, que ella. Lo digo sin ningún énfasis, apegándome a la estricta realidad. Dayuma, desde varios puntos de vista, es un símbolo de lo mejor de este país y, al mismo tiempo, de lo mal que se sigue tratando a algunas de sus gentes más auténticas y valiosas.

Como hay muy poco espacio en el marco de un artículo, procuraré decirlo en una síntesis. Ojalá pudiera hacerme comprender y, al mismo tiempo, hacer ver a todos cómo haríamos bien en aprovechar el inmenso legado de estos compatriotas más notables. Fue una mujer sorprendente que abrió puertas de diálogo donde solo había muros de incomunicación.

Tuvo una actuación decisiva para conseguir logros que siguen siendo prodigiosos. Por ejemplo, ese milagro de convertir un grupo oculto de sus selvas, como eran los waorani a finales de los años 50, un grupo que estaba siendo aniquilado por violencias internas y externas, en ciudadanos ecuatorianos. Esa acción tuvo puntos oscuros, no cabe duda. Dayuma fue utilizada por poderosos intereses económicos y políticos, sí. Pero, en definitiva, si los waorani siguen vivos, si han crecido, si ahora son capaces, cada vez más, de reclamar su lugar en el país o de aportar sus valores, lo es gracias a su determinación, valentía y visión del futuro.

Dayuma tuvo el coraje de huir de la violencia inaudita de los suyos y enfrentarse con lo que ella creía que era una muerte, más que probable, entre los cowori, la gente de fuera. Luego desplegó una inteligencia increíble para aprender entre los ajenos. Desafió la esclavitud de la hacienda, donde estaba presa, huyendo de ella con la ayuda de Rachel Saint. Sobrevivió, de forma fascinante, a su experiencia más extraña (¡una mujer waorani en EEUU en ese tiempo!) y, de nuevo, asimiló horizontes que le hicieron comprender el mundo de manera del todo diferente a lo que había aprendido de niña en su bohío del Curaray. ¡No se podría derrotar con las armas a los cowori! Eran demasiados e increíblemente fuertes. Había que intentar otro camino.

Dayuma fue catequizada de manera quizá abusiva, sometida a presiones e influjos excesivos. No obstante, nunca se rindió, ni renunció a su ser waorani, a su tradición y derechos. Como es natural, le costó comprender el nuevo laberinto de poderes en el cual se vio inmersa. Fue utilizada para forzar a su gente a dejar la selva en manos de petroleros, sí. Ella fue la puerta principal por donde se produjo el contacto, con todo lo que éste trajo consigo. Pero aprendió muy rápido. Salvó la vida de muchos y luego, progresivamente, comprobó que lo que ella pensaba era un diálogo, de igual a igual, con las autoridades ecuatorianas, éstas querían convertirlo en rendición incondicional. Dayuma se opuso a cualquier sumisión, sin dejar nunca de dialogar. Mantuvo la puerta abierta hacia el resto de la nación, pero se quedó en ese umbral, de vigía de los suyos durante largos años.

En fin, sería largo de contar, su vida tiene vueltas innumerables. Pero, en definitiva, no solo los waorani, el país entero le debe muchas vidas salvadas, mucho dolor evitado en esas selvas que llevan años sosteniendo económicamente a la nación. Dayuma fue la clarividencia, repito, la puerta abierta, la posibilidad de convivencia, diferenciada pero común.

Ecuador le debe respeto. Estudiar a fondo su compleja figura. Recordar la estatura de sus logros. Y un más que merecido y entrañable homenaje.

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