La emperatriz Dilma

Diario ABC Color
Asunción, Paraguay

El diario español El País publicó hace unos días unas inaceptables declaraciones de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, formuladas con relación a la necesidad de mantener el orden democrático en Venezuela. “Siempre vamos a defender el orden democrático”, dijo la señora en Viña del Mar (Chile) y, para poner un ejemplo, recordó luego, según el diario, “la tensión vivida por el expresidente paraguayo Fernando Lugo, destituido en 2012, después de una crisis que causó 17 muertos”.

La inadecuada comparación entre los casos venezolano y paraguayo no puede atribuirse a ignorancia, sino, lisa y llanamente, a mala fe. Inspirada por sus afinidades ideológicas con el chavismo, por los intereses económicos brasileños en Venezuela y por la filosofía siniestra de la Triple Alianza, la presidenta del país vecino ha mentido con el mayor cinismo y ha vuelto a agredir injustamente a los paraguayos. Tanta es su fobia, que hasta da la impresión de que le gustaría arrasar el Paraguay, como el Conde D’Eu, porque este país supo resistir con dignidad a la descarada intervención en nuestros asuntos internos a la que ella y sus colegas del Mercosur nos sometieron tras la destitución de Fernando Lugo al cabo de un juicio político ajustado a la Constitución de un Estado soberano.
Dilma Roussef miente porque, al defender a Nicolás Maduro con su silencio cómplice, no está defendiendo el orden democrático, largamente pulverizado en Venezuela por obra y gracia del chavismo. “Sobre el caso de Venezuela, Brasil no puede decir lo que ellos tienen que hacer… Eso iría contra lo que defendemos en términos de política exterior”, dijo la semana pasada en Bruselas, olvidándose de que nos quiso impartir órdenes a los paraguayos y de que, ante nuestra renuencia a aceptar su intervencionismo, impulsó la arbitraria exclusión del Paraguay del bloque ideológico llamado Mercosur y una campaña de aislamiento internacional.

Dilma es autora moral de la represión en Venezuela. No le interesa que allí se precautelen la vida, la libertad y la propiedad de los habitantes, sino el dinero que allí puedan hacer las empresas brasileñas mediante su cómplice protección al régimen dictatorial. Tal vez la Mandataria brasileña piensa que Petrobras y ciertas grandes constructoras brasileñas perderían mucho si en el país caribeño hubiera un Estado de Derecho, con jueces independientes y libertad de prensa, entre otras cosas que hoy no existen en Venezuela.

Desde luego, echar mano a su petróleo, aunque sea en asociación con Petróleos de Venezuela SA (PDVSA), es mucho más conveniente para la exguerrillera que instar a Nicolás Maduro a que deje de asesinar a manifestantes pacíficos. Seguramente que, como Brasil perdió el petróleo y el gas bolivianos que recibía a precio pichincha por “culpa” de Evo Morales, el Gobierno brasileño no quiere correr el riesgo de una mayor “desestabilización” de Venezuela, aunque ello implique respaldar un modelo totalitario que está llevando al precipicio al pueblo venezolano.

A la Presidenta brasileña le importa más que nada que los exportadores de alimentos de su país cobren a Venezuela la deuda vencida de 1.500 millones de dólares, y que la dictadura chavista pague a las constructoras brasileñas los 2.000 millones de dólares que les debe por obras de infraestructura y saneamiento.

Según el canciller de Maduro, la ruptura de relaciones diplomáticas con el Gobierno panameño, porque este se atrevió a pedir una reunión de la OEA para tratar el caso venezolano, implicó la suspensión del pago de una deuda multimillonaria con los exportadores panameños. No sería de sorprender, entonces, que Dilma Rousseff tema que el chavismo disponga algo similar con respecto a los acreedores brasileños si ella reclama el cese de la violencia en Venezuela.

La ofensiva equiparación hecha por la Presidenta brasileña es rotundamente falsa. Ni Fernando Lugo ni su sucesor mandaron matar a manifestantes pacíficos, como sí lo han hecho y lo seguirán haciendo los sicarios de Maduro, mientras Dilma Rousseff los esté respaldando.

Ni ella ni sus colegas bolivarianos están defendiendo hoy en Venezuela un orden democrático, como el que sí trataron de sabotear abiertamente en el Paraguay, dos acontecimientos políticos cuyos diferentes resultados están a la vista.

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