La revolución estética

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

Se ha cuidado la cúpula y los mandos medios de la Revolución del Amado Líder de no ser subestimada ni por sus ciudadanos (que para ell@s son, sobre todo, elector@s) ni por sus homólog@s internacionales. No vaya a ser que piensen que aquí se usa lenguaje excluyente, por ejemplo: aquel mismo que pusieron de moda las ONGs que ahora cazan o vigilan de cerca. No vaya a ser que piensen que aquí no se está a la par de las principales corrientes intelectuales de discusión sobre una democracia sustancial, que cambie la vida los los/las ecuatorian@s al menos semántica, lingüística, ontológica, discursiva, descolonizadora, intelectual, rizomáticamente. Una democracia de alto vuelo, como se puede ver. Una democracia de la corrección política.

Pasen y vean: ésta es una revolución estética. El problema es que a ratos se le nota las costuras. Porque a falta del traje de la partidocracia, han aparecido los bordados de hacienda y decenas de gorilas atrincherados en sus camiones-automóviles polarizados escoltando a las encarnaciones de la meditabunda democracia del líder, siempre a la caza de cualquier manifestación ciudadana de inconformidad, que ponga en peligro su idea de un gobierno de y para la gente. Andar sin miramientos, cuidando de cerca que a nadie se le ocurra perseguir el magno proyecto, les ha costado algunos siniestros: entre ellos el atropellamiento de una mujer, que además de serlo, era extranjera. Es decir: periódico de ayer. La memoria de la Revolución está ocupada en redireccionar sus usos para recordar los abusos que, en su tiempo, cometía la partidocracia criminal: se ha agenciado de intelectuales que reflexionen sobre ello, también: el caso de la Academia Nacional de Historia es el mejor ejemplo. La justicia, su justicia, trabaja en perseguir, perdón, en probar que los asambleístas opositores son culpables y han de ir al tarro, como criminales.

Escoltad@s, como van, de un ejército anónimo que les proteja de las pingües conspiraciones, los cerebros revolucionarios y estéticos se preocupan también de difundir su pensamiento alrededor del orbe y de ser las estrellas en las ferias del libro donde el Ecuador tiene estantes. El Mashi va presentando su texto ene veces como Estrellita de Navidad de los encuentros literarios; el embajador Raúl Vallejo también ha acudido a las citas como un personaje polivalente: narrador y autoridad, invitador e invitado, y encima editor de lo que ha de ser leído como literatura nacional. Si en la Argentina se debate el porqué de la ausencia de escritor@s críticos con el kirchnerismo en la Feria del Libro de París, aquí ni se piensa en hacerlo. Ir sería venderse. Invitar sería gastar plata en fascistas acomodaticios.

Aun así, quizá el caso más risible sea el de Fánder Falconí, escritor de sendos libros que dan cuenta de su periplo por el mundo llevando el mensaje pastoril y católico de la Revolución Ciudadana a los confines terráqueos. Si uno lee los libros de Falconí, sobre todo el primero, el inconveniente es que no son libros sobre el Ecuador; son relatos sobre Fánder Falconí y su talento. No son libros de viaje, bitácoras del conocimiento de otras geografías: son libros sobre Fánder y su sutil manejo del alejamiento cercano con la Revolución. Tanto glam no tenía Lucio. Tanta autoridad no la tiene Nebot, el gritón testicular.

El Estado ha servido también para difundir la Buena Nueva Revolucionaria. Hasta tal punto que no se puede pensar que alguien en oposición al proyecto colabore o debata en la prensa financiada con plata de tod@s. Eso sería traición, diría la oposición ultraliberal. Eso sería inconsistencia-de-la-derecha-que-siempre-quiere-medrar, diría el análisis oficialista. Se puede ser crítico, pero solo un poquito. Lo suficiente como para que nadie piense que aquí hay imposición de criterios. Lo suficiente como para no perder los fondos que me puede dar el Estado para mi próximo proyecto.

En estos lucimientos poco ha ganado la así llamada sociedad civil ecuatoriana: la que está fuera de las retribuciones políticas, por supuesto. Es descarado afirmar que ahora hay un diálogo más cercano entre el Estado y la gente que lo constituye. Lo que hay es miedo y un sospechoso silencio. Hay, todo debe ser dicho, bulevares. La vida pública, que es la de la crítica, la de la toma de espacios, cae geométricamente o está supervisada, parece una vida de pre-aprobación, como los créditos de los bancos.

En el país revolucionario algo se debe tener que decir sobre la destitución criminal del alcalde de Bogotá. Pero fue la CIDH  de las pocas instituciones que osó darle un espaldarazo. El inconveniente es que el oficialismo divino abjuró de ella porque era un invento del Imperio. Y el otro es que ahora andan también distraídos, riéndose al constatar que el presidente Santos no sirve porque se hace pipí en los pantalones. Divin@s, estétic@s, ell@s.

 

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