Hagan sus apuestas, señores

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

La Copa Mundial de fútbol de Brasil, que comienza el próximo 12 de junio, ofrece variadas opciones a los apostadores, por sobre las tradicionales de cómo calificará cada selección para las distintas etapas de la competición, más la final del torneo y de quién se alzará con el trofeo.

En este caso se abren alternativas inéditas para hacer apuestas: por ejemplo, si estarán o no listos, con sus obras finalizadas, todos los estadios y los aeropuertos.

Se están haciendo los mayores esfuerzos, y ni qué hablar de gastos, para que sí. Casi con el mismo ahínco que se le otorga a la preparación del seleccionado de fútbol que representará a los dueños de casa.

Que estadios y aeropuertos estarán prontos y que Brasil saldrá campeón figuran entre las apuestas más seguras. Pero hoy todavía no son pocos los que tienen dudas de lo primero y que no están tan seguros de lo segundo.

Serían dos golpes, desde el comienzo y en el final, casi insoportables para el orgullo brasileño en general y del Partido de los Trabajadores (PT) de Dilma y Lula muy en particular. Pero es probable que por lo menos uno de los dos no se dé.

Más incierto será apostar sobre el nivel de agitación social.

El Gobierno dice que logrará la calma, pero los reclamos por “servicios de calidad” y contra “estadios de lujo” no cejan.

En los últimos días los movimientos “trabajadores sin techo” y “no habrá copa” paralizaron con sus protestas varias zonas de São Paulo, algunas en torno al casi terminado estadio Arena Corinthians, donde será el partido inaugural.

En tanto, en Recife, otra de las sedes, persiste una huelga de policías y hubo saqueos y serios incidentes el jueves pasado. La calma no se avizora, aún.

Pero aun con el mejor de los desarrollos y resultados –tendrían que darse todas a favor– resta una puesta: si de algo le servirá al Brasil –hoy por hoy– la realización del Mundial o si solo quedará como una muestra más de los espejitos que tan bien ha vendido Lula.

Según la presidenta Dilma Rousseff, los estadios, las carreteras y los aeropuertos quedarán, lo que suma a favor. Pero lo que importa es si mejorará la confianza externa en Brasil. Según estudios económicos de la respetada Fundación brasileña Getulio Vargas, el Índice de Clima Económico (ICE) para Brasil ha bajado en abril a 71 puntos (aceptable por encima de 100), y está solo por encima de la desastrosa Venezuela (20 puntos).

Es que los números tienen eso: no mienten, razón por la cual los inversores se fijan tanto en ellos.

Y los números dicen que el crecimiento promedio de los últimos tres años en Brasil se ha situado por debajo del 2% y que para este año hay quienes estiman que incluso superará muy escasamente el 1%.

Se prevé además que la tasa de inflación estará por encima de los últimos años: será superior al 6%. A eso se suma un creciente déficit de cuenta corriente y decreciente tasa de ahorro interno.

Dilma, quien va por la reelección, resalta que en los últimos 12 años 40 millones de brasileños salieron de la pobreza. Es cierto, pero no debería olvidar que un gran porcentaje de ellos lo consiguieron merced al asistencialismo del Estado. Ese aporte mensual es el que permitió a muchos dejar de ser pobres y al PT, al mismo tiempo, asegurarse un buen respaldo electoral. Pero, ¿hasta cuándo el Estado podrá disponer de recursos para atender ese rubro? Ya el esquema internacional no es el mismo de hace unos años y eso lo ha sentido Brasil. Además, con todos estos gastos “del Mundial”, de dónde sacar plata. Puede que se haga un esfuerzo –con un costo imprevisible– hasta las elecciones de octubre.

¿Y después?

Esta sí que es la mayor apuesta de todas. Y el que gane, seguramente no la va a disfrutar tanto.