La tregua de los cien días

Fabricio Villamar J.
Quito, Ecuador

No está escrita en ninguna parte, no forma parte del Código de Ordenamiento Territorial ni de la Constitución actual ni formará parte de las enmiendas que se realicen a ella, no es parte de un tratado de urbanidad y buenas costumbres de los políticos y ciudadanos. Es simplemente una de esas prácticas de convivencia política  heredadas y que la adoptamos sin mayores consideraciones.

Los primeros cien días sirven para los cócteles, los nombramientos, para conocer la realidad del reto asumido, para los interminables trámites burocráticos encaminados a brindar transparencia en los haberes iniciales de los elegidos, para la revisión de los currículums de quienes buscan trabajo en los que constan desde los cursos para manejo de Word hasta las referencias personales de algún conocido de la familia y si es posible una foto que compense lo que Salamanca no dio.

La tregua de los cien días sirve para acopiar la información que durante la transición no se entregó, o la que habiéndose recibido recién se la va entendiendo. Sirve para que los medios de comunicación vayan acercándose a las nuevas autoridades, para las primeras escaramuzas y para el marcaje del territorio, para plantear los proyectos simbólicos que reflejen un cambio de mano en el timón para extender lo más posible la esperanza de los electores puesta en las urnas.

Acabados los cien días vendrá el anuncio público del calamitoso estado en el que se recibe el reto administrativo. Siempre queda bien algún llamado a auditoría o fiscalización y se abre la oportunidad para una recolocación del discurso de la esperanza, del cambio, de la oferta de obras.

Terminada la tregua, comienza el verdadero reto.

En el caso de Quito, las semanas siguientes son vitales. Hay debates pendientes que se deben manejar con absoluta responsabilidad. El metro? Es necesario? Cuánto realmente va a costar? Lo hace el Municipio o se encarga el Gobierno Central? Asumiremos las competencias de infraestructura para la educación y la salud?  El gobierno está dispuesto a que tengamos competencias concurrentes? Mantendrá el gobierno las garantías soberanas para las obras de la ciudad? Se reformará el plan de Desarrollo territorial o se continuará el dejado por Barrera? Cuando debatiremos sobre el Estatuto Autonómico? Habrá sorteo de cupos en los colegios municipales o sólo entrarán los aspirantes de más altas calificaciones? Habrá una expresión institucional del Municipio de Quito sobre la pretendida reelección de Todos los funcionarios?

Terminada la tregua, todo es cuestión de “timing”.  En Julio hay que prevenir los incendios, en agosto se debería sentir el cambio en la estrategia cultural de la ciudad, en septiembre deberá decidirse sobre si se continúa el pico y placa como lo conocemos y se evaluará el retorno a clases. A esas fechas tendremos que enfrentar un probable fenómeno de “El Niño”,  en octubre se vence el plazo para que el Concejo decida si elimina de una vez los espectáculos que causen sufrimiento a los animales o se mantiene la gelatinosa normativa actual; en noviembre deberá prepararse el nuevo presupuesto de la ciudad contemplando las rebajas de impuestos ofrecidas y en diciembre deberemos ver si existe un renacimiento de la fiesta quiteña o si continúa la crisis de identidad ocasionada por la consulta de 2011.

El reto para Quito, no sólo es mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, sino liderar a nivel nacional una visión diferente de administración pública exitosa, democrática,  responsable.

Catorce minutos después de anunciados los resultados de las últimas elecciones un tuitero, en uso de la proverbial sal quiteña preguntaba si ya podía quejarse del tráfico con el alcalde recién electo.

La paciencia no suele ser uno de los atributos de los quiteños, de ahí, mi deseo de que al nuevo alcalde le vaya bien.

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