Brevemente, sobre la reelección indefinida

Mauricio Maldonado Muñoz
Génova, Italia

En un artículo anterior, publicado en este mismo portal, había señalado que siguiendo el pensamiento de Bobbio se puede señalar que la democracia moderna es entendida, para definirla en sentido negativo, como una forma de gobierno opuesta a toda estructura autocrática, sea aristocrática o monocrática. Además se había señalado, siguiendo siempre a Bobbio, que liberalismo y democracia están atados desde el punto de vista de la fórmula política de la democracia, o sea la soberanía popular. Asimismo sin las libertades liberales y las libertades políticas no es posible sostener que un diseño aparentemente democrático sea real (sino, por el contrario, ficticio).

En este punto, en cambio, estimo importante para el debate discutir sobre la naturaleza de la reelección indefinida en los sistemas presidencialistas. Como se sabe, en los últimos tiempos ha tenido lugar en nuestro país una discusión sobre si la alternancia en el poder constituye una característica propia de la democracia, o si, por el contrario, podría dejarse vía libre a todas las autoridades de elección popular para que puedan reelegirse indefinidamente.

El énfasis se ha centrado en el cargo de presidente, quien en los sistemas presidencialistas, como es bien conocido, posee amplios (a veces amplísimos) poderes de decisión. No ha sido un acaso que ya desde hace tiempo en América Latina se hablara del hiperpresidencialismo como fenómeno.

Pero claro, una cosa es un presidente inflado en sus funciones y otra muy distinta es que el “inflado de poderes” pueda ser siempre el mismo sujeto. La reelección indefinida, si bien parece dejar paso para que los ciudadanos elijan cada vez, al final de cierto período, un presidente que puede ser reelegido o no, abre también otra —quizá improbable— posibilidad: la de que una misma persona pueda, hasta su muerte natural como límite último, ejercer el cargo de presidente de la República, siempre que cuente cada vez con el apoyo popular.

¿Puede ser que éste u otros mecanismos, siempre que permitan cada cierto tiempo elegir representantes, sean considerados democráticos? Parecería que desde que por democracia se quiere hablar de un sistema de límites al poder, no de amplias permisiones, es posible poner en duda la naturaleza democrática de ciertos mecanismos cuyo diseño resulta sospechoso (recuérdese que dada la relación de la democracia y las libertades fundamentales, ella debe responder a la distribución del poder, pero también a su limitación, aunque originalmente liberalismo y democracia hayan respondido por separado a estas mismas cuestiones).

¿Nos encontraríamos frente a un escenario radicalmente diverso si discutiéramos una propuesta —para el caso, puramente imaginaria— que consista en la ampliación de los períodos presidenciales a, digamos, 20 o 25 años? En ese supuesto aún quedaría en manos de los representados la decisión sobre sus representantes; tal como parece quedar en el caso de la reelección indefinida.

Sin embargo, en uno y otro caso (mucho más si se pensara en una fórmula combinada) nos encontraríamos frente a mecanismos que no son limitativos en sí mismos, sino que son ampliamente permisivos: no limitan en sentido estricto el poder, al contrario, lo permiten hasta el punto en que hablar de límites propiamente dichos resulta dudoso.

Soy consciente de que una analogía en uno y otro ejemplo no es necesaria, pero me parece que sirven para ilustrar un punto: hay mecanismos y “mecanismos” democráticos. Una cosa es que los ciudadanos tengan la posibilidad de elegir gobernantes como parte del sistema democrático, y otra muy distinta es que esa sea la única premisa aplicable. Pienso que desde el punto de vista señalado, la reelección indefinida es un mecanismo con capacidad de adaptación y aceptabilidad mucho más adecuado para un diseño autocrático y no para uno democrático. De hecho, a riesgo de ser impreciso, me parece que el medio podría servir a otros fines: perpetuarse en el poder, concentrarlo, favorecer caudillismos, etc.

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