Héroes modernos

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

Siempre es sujeto de discusión hablar de absolutos como los “más” o los “mejores”. Pero, la de Brasil, al menos hasta el momento, debe entrar en el panteón de las más emocionantes y mejores Copas del Mundo. No solo fue una etapa de grupos intensa y bien jugada, con sorpresas maravillosas/trágicas como la de Costa Rica clasificada al tope del grupo de la muerte o la eliminación temprana de los últimos dos campeones del mundo. Lo que primó fue la adrenalina que se acumuló en unos octavos de final que nos regalaron partidos memorables, con cinco definiciones en tiempo reglamentario, dos en penales, finales impredecibles y (no) goles de último minuto que produjeron destinos de llanto para los que celebraron o perdieron.

La emoción fue la tónica cuando los equipos dieron lo mejor de sí, al punto de alcanzar performances sobrehumanas. En la categoría individual destacan porteros como Navas, Howard, Rais y Ochoa. Los cuatro arqueros se constituyeron en verdaderos paredones en donde los esfuerzos rivales chocaban al punto de que parecían casi inútiles. En la cancha, los calambres y el cansancio que se acumularon en las caras de dolor de los jugadores, fueron el mejor relato de la intensidad y el ansia de triunfo que tenía cada escuadra.

No hubo rival fácil. Cada espacio del gramado era luchado a “dentelladas” que hicieron borrar rápidamente a la de Suárez. El pundonor prevaleció junto con una buena dosis de juego de conjunto. Las individualidades, como la Messi tocando el balón con una precisión quirúrgica o desparramando rivales cuando frotaba su lamparita, o la de James Rodríguez en el que debe ser el mejor gol del torneo hasta ahora, aparecieron en sus cápsulas luminosas, pero frente al espesor colectivo, dejaron sin contestas la pregunta sobre quién es el dueño de la categoría del mejor y más determinante jugador.

Los partidos, sobre todo aquellos que fueron a la prórroga, generaron por igual conmoción y empatía por el esfuerzo brindado. Los jugadores luchaban más allá de sus posibilidades. Gary Medel frente a los delanteros brasileños a pesar de un desgarro de 8 milímetros. Los defensas ticos extremándose a pesar de la inferioridad numérica. La retaguardia argelina sin respuesta física se extremaba al punto de que algunos jugadores quedaban tendidos en el césped víctimas de calambres. Los norteamericanos, yendo y viniendo durante 120 minutos, sintiendo que cada balón era el último de su vida. Todos los equipos energizados por ese Gatorade efectivísimo que es el deseo de vencer.

Y, a pesar que hubo ganadores y vencedores, bien se puede decir que todos ganaron. Y ganamos. Los octavos de final fueron un canto mundialmente televisado al valor y al coraje. Ahora que por primera vez clasifican a cuartos de final los ganadores de la etapa de grupos desde que el formato actual entrara en vigencia en 1986, cabe esperar que los siguientes partidos nos sigan regalando emociones que impulsan a dar lo mejor en cada aspecto de la vida. Hasta el pitazo final.

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