¿Regresando a la normalidad?

Juan Jacobo Velasco
Mánchester, Reino Unido

Terminó la cita mundialista y diera la impresión de que todo volviese a la normalidad. El Tour de France ganado por el italiano Nibali, las semifinales y finales de la Copa Libertadores, el caliente mercado de pases que ha girado, sobre todo, en torno de las estrellas rutilantes del último Mundial, destacándose los traspasos de Suárez y Rodríguez al Barcelona y al Real Madrid, respectivamente, cubren los encabezados deportivos urbi et orbi con esa aparente pasividad que retrotraen los momentos de normalidad.

Pero no. No se puede olvidar todo lo que quedó rondando en el inconsciente colectivo durante la Copa del Mundo. Sobre todo el debate acerca de los gastos de la Copa y las necesidades de un país, sobre las prerrogativas y el poder sin límites de la FIFA, sobre las sospechas que la elección de Qatar para 2022 genera, sobre las consecuencias que la actual crisis geopolítica rusa pueden gatillar con relación a su sede en 2018. Y, sobre todo, el hastío que ronda en el imaginario de los fanáticos acerca de esos personajes que tienden a eternizarse en las Federaciones de Fútbol.

Ocurre en nuestro país, en el continente, a nivel global. En el caso ecuatoriano, la desazón sobre nuestra participación mundialista abrió la puerta a una necesaria evaluación acerca de cómo está funcionando el fútbol nacional. El reciente incidente que estuvo a punto de tener al campeonato local paralizado por un buen tiempo, logró poner en el tapete un mensaje más profundo: se necesita un cambio urgente en el rumbo que ha tomado el fútbol ecuatoriano. Y eso parte por su cabeza y continúa por el resto de la organización. Ya no alcanza con seguir un régimen de control feudal sobre la FEF y esperar el único resultado redentor –la clasificación mundialista- cuando el fútbol profesional en el país está llegando a una situación de crisis sin retorno. No es solo un tema de dineros, de derechos de jugadores, de falta de proyectos para la selección o para los equipos. Tiene que ver con hacerse cargo de todos los pendientes, de enfrentarlos sin descanso y dejar las cuentas claras, para empezar de una buena vez con una idea coherente y sostenible.

Lo mismo ocurre con el fútbol regional y global. El papel más que decoroso de la Argentina, no solo que fue un paliativo sudamericano a la pérdida de la imbatibilidad respecto de los campeonatos jugados en el Continente. También implicó un espaldarazo para Julio Grondona, que fue, literalmente, el amo y señor de la AFA desde fines de los setentas, en una carrera que no pocos comparan con las mejores novelas de Mario Puzzo. Solo su muerte reciente le puso fin a ese control férreo. Su ausencia gatilló el inicio de una revisión profunda de toda la estructura y cuentas de la AFA, que eventualmente pueden dar más tela que cortar a las presunciones de una dirección mafiosa del fútbol argentino.

Ni hablar de lo que acontece en la FIFA. Todos los cuestionamientos mencionados han sido puestos bajo varios candados, esperando que el efecto narcótico de un Mundial entretenidísimo tenga un resultado adormecedor. Y la gente olvide de todas las dudas, cuestionamientos, abusos y sinrazones que abundan en la dirigencia del fútbol global y que, de cuando en cuando, estallan en escándalos que luego se tapan cuando la gente vuelve a mirar a los jugadores y a sus equipos en la cancha.

Ya es hora de empezar una limpia en serio urbi et orbi. De esas que remueven los cimientos y las conciencias. Y que hacen, a la postre, mucho bien.

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