RC*RC*RC=RC³

Carlos Arcos Cabrera
Quito, Ecuador

En la historia latinoamericana hay dos personajes singulares, por lo nefastos, no por otra razón: el Doctor Francia (1766-1840) Dictador Perpetuo de la República de Paraguay (ese era su título oficial) y Porfirio Díaz (1830-1915). El primero dominó Paraguay durante veintisiete años autoproclamado el representante del progreso y la razón, con la promesa de convertir al pequeño país en una réplica de Francia considerada el territorio de las libertades y sede de la razón universal. El segundo gobernó México por treinta y cinco años inspirado en el positivismo de Augusto Comte y cuyo dominio sólo concluyo con la Revolución Mexicana.

En los dos casos, las cárceles y los cementerios se llenaron de opositores, las libertades nunca echaron raíces profundas y esos hombres fuertes se perpetuaron en el poder. Díaz promulgó la llamada Ley mordaza que permitió silenciar periódicos y encarcelar periodistas sin más requisito que la voluntad del gobernante. Actos similares llevó a cabo el Doctor Francia. Por último Díaz reformó la Constitución de México y de la reelección después de un periodo se pasó a la reelección indefinida.

Progreso, modernidad, desarrollo, lucha contra la desigualdad o como se lo quiera llamar se han asociado en América Latina, paradójica y lamentablemente, con regímenes autoritarios. Con muy pocas excepciones, la democracia y todas las vertientes de la modernidad o del progreso se plantearon en términos antagónicos. Dos quimeras que tienden a devorarse y que dan por resultado la modernidad autoritaria, sub tipo de la modernidad barroca de la que hablaba Bolívar Echeverría. Francia y Díaz son ejemplos lejanos, no son los únicos y existen otros más cercanos. En este marco histórico se debe entender lo que en el lenguaje de la Revolución Ciudadana y de Rafael Correa, se califica como «Restauración Conservadora». Me pregunto si la Restauración Conservadora es una metamorfosis de la Revolución Ciudadana, es decir un movimiento interno que encontraría una explicación en sus fuerzas internas, o, se trata de una amenaza que viene de fuera, desde las dispersas y fraccionadas oposiciones a la RC. Mi respuesta apunta a la hipótesis de la metamorfosis.

Contra la hipótesis de la metamorfosis, el discurso oficial de RC, presenta las demandas de la oposición como un intento de tal restauración. Es un juego de espejos, o de máscaras, o de espejos y máscaras, de encubrimiento, al fin: «Te acuso de lo que hago, pongo en tu boca mis deseos, te acuso de mis planes». Un billar a tres bandas con un sólo ganador, un golem político de múltiples rostros: Revolución Ciudadana, Rafael Correa, Restauración Conservadora: RC³.

Existen un conjunto de decisiones adoptadas por el régimen, la Ley de Comunicación, la liquidación del proyecto Yasuní, el nuevo Código Penal, la penalización del aborto, criminalización de la protesta social, reelección indefinida, el conjunto de cambios constitucionales y el despliegue de violencia estatal contra los manifestantes del 17 de septiembre que pueden ser calificados como decisiones conservadoras, en dos sentidos: en la peor de las tradiciones conservadoras o de derechas y en la peor de las tradiciones del socialismo real. Conservadora en dos sentidos que por arte de birlibirloque aparece como la práctica de los más radicales socialismos, como la ruptura con todos los pasados.

De todas las iniciativas la crucial es la reelección indefinida. Es la estrategia de RC³ y de los aprendices del Doctor Francia y de Porfirio Díaz para culminar su Restauración Conservadora. Una de las consignas claves de la Revolución Mexicana fue: ¡Sufragio efectivo y no reelección! El PRI lo interpretó a su manera. No habría la reelección de un caudillo sino de un partido y el que fue gobernante en un sexenio desaparecía del escenario político. En el caso de la RC³, en una perspectiva menos imaginativa que la del PRI, se quiere perpetuar al dirigente y al reducido círculo de los usufructuarios del poder.

En este contexto no dejan de presentarse sorpresas. El cuasi monopolio mediático de la RC³, incluidos los fusilamientos mediáticos sabatinos, no ha conseguido convencer a la ciudadanía de que la reelección indefinida es el trasatlántico que nos llevará al Sumak Kawsay y por cierto a la felicidad, en la caricaturesca versión búdica de Elhers, que no es otra cosa que la obligación de sonreír al poder.

De acuerdo a las encuestas, una abrumadora mayoría quiere opinar y decidir sobre el tema. Esto no garantiza que los obsecuentes servidores de la RC³, en la Asamblea Nacional y en la Corte Constitucional impongan la reelección indefinida y el paquete de reformas constitucionales. Sin embargo, bien saben que será una decisión que no tendrá legitimidad alguna. Saben que arrojan la Constitución al desván de los trastos inútiles, que en alguna medida ya lo es, y que abren las puertas al pasado de oprobio que juraron superar.

La oposición a la reelección, la demanda por la consulta, ha dejado de ser un tema de derechas o de izquierdas, en la forma tradicional en que se utilizan estos vocablos y que son parte del discursos político común. Hoy por hoy es un asunto de sobrevivencia ciudadana, un desesperado e intuitivo intento por rescatar un espacio para el ejercicio de los derechos cada vez más amenazados por una visión única y unívoca de la vida, la política, la «verdad», la historia: la que trata de imponer la triple RC.

Los tiempo han cambiado. El poder se demuestra en su fragilidad, en su impermanencia, tanto el poder de los grandes estados, como el de los pequeños tiranos en los pequeños reinos. La historia se ha acelerado. No vivimos el fin de la historia, sino el frenesí del cambio histórico, en que la aparente solidez del poder o los poderes «se desvanecen en el aíre»; en el aire enrarecido de un futuro incierto.

Más relacionadas