El #BuenVivir del correísmo

Susana González
Guayaquil, Ecuador

Al menos en la red social Twitter todavía queda libertad. Por eso las reacciones ante la propuesta que allí hizo Fánder Falconí fueron de diversos matices, desde la risa hasta la indignación. El dirigente gobiernista propuso que los ecuatorianos comencemos a saludarnos y despedirnos diciendo “buen vivir”, traducción al castellano de la filosofía indígena del sumak kawsay, de la cual el propio gobierno se ha querido apropiar agobiando a los ciudadanos con propaganda.

Pero, ¿de qué “buen vivir” habla el correísmo? Tal vez se refiera a la nueva clasificación del INEC para la población con empleo. Según este flamante esquema, solo el 10% de los ecuatorianos está subempleado. ¿Otro ‘milagro’ de la revolución ciudadana? No, lo que hicieron fue reducir el subempleo a una categoría dentro de lo que ahora se conoce como “empleo inadecuado”, término que más bien luce como un eufemismo para esconder la desesperante situación de millones de ecuatorianos que no tienen trabajo formal.

Pero no solo a nosotros nos quieren convencer de que estamos alcanzando el “buen vivir”. En un foro durante su último viaje a Suiza, frente a analistas extranjeros, Rafael Correa también quiso demostrar que su modelo económico es exitoso. Lo que no dijo en ese foro, fue que la inversión social para el próximo año dependerá exclusivamente de que los precios del petróleo no sigan cayendo. Desde 2007, la fórmula de Correa para manejar el país ha sido muy simple: impuestos, petróleo y deuda. Dicho de otra manera, su receta para alcanzar el “buen vivir” está atada a que los ciudadanos paguen más impuestos, esperar que el petróleo siga en 100 dólares y continuar hipotecando el país a la China, el principal prestamista.

Resulta paradójico que un gobierno caracterizado por dividir al país hable de “buen vivir”. Si algo ha quedado claro en casi ocho años de gobierno, es que para Correa no todos los ecuatorianos somos iguales. A sus críticos los ha categorizado en: “pelucones”, “sufridores”, “prensa corrupta”, “gorditas horrorosas”, “odiadores”, “vende patrias”, “conspiradores”, “ecologistas infantiles” y un largo etcétera. Seguramente, para Correa el “buen vivir” sería convertir al Ecuador en un país en el que nadie lo cuestione y con medios de comunicación que constantemente alaben sus supuestos logros.

El bienestar para los ciudadanos va mucho más allá de repavimentar carreteras y dar un bono a los más pobres. El progreso se alcanza con un país unido, donde exista libertad para discrepar, donde el dinero que se paga en impuestos sirva para obras y no para viajes alrededor del mundo o campañas mediáticas para desprestigiar a quienes piensan diferente. El progreso existe cuando no es promesa sino realidad, cuando es obra y no se queda en discursos, cuando el objetivo es construir y no destruir.

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