El diablo y la prensa

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

La invención de la imprenta con tipo movible fue hecha por Coster, un holandés, en 1423 y marca el inicio de la escritura moderna. Coster no tuvo, él mismo, mayor éxito con su innovación, los tipos que utilizaba eran hechos de madera y esta se derrumbaba ante la presión de la maquinaria. Uno de los empleados de Coster, un joven alemán de apellido Gutenberg, luego de la muerte de su patrón, se asienta en Estrasburgo y ahí empieza a fijar linotipo por su propia cuenta. Al ver lo poco práctico de los tipos (las letras) de madera, empieza a experimentar para producirlos en un material más firme. El plomo era demasiado suave y, falto de conocimiento en la materia, se asocia con John Faust (o Fausto), un acomodado orfebre en oro de la misma ciudad. El proyecto se vuelve secreto y en 1448 los experimentos de ambos hombres dan resultado. La primera obra a imprimir es la biblia, se tardan ocho años para labrar las letras metálicas e imprimir la primera edición.

El costo es considerable e implica además un riesgo: la creencia general es que la Biblia no conviene a la gente común y un número considerable de copias representa un inversión incierta. Lo principal, sin embargo, es que el linotipo se produce para imitar la letra humana porque el objetivo es vender biblias al alto costo de libros copiados a mano. Era esto lo que impulsaba el secretismo y al mismo tiempo, la razón por la que los tomos registraban un lugar de impresión distinto (Mainz) y por qué se empezaron a vender en París, lejos del lugar de publicación.

Fausto acude, para sus primeras ventas, al mismo rey de Francia. Una vez ahí, muestra la biblia al monarca, impresa en pergamino, con 607 hojas. El rey la compra, pensando que se hacía de la copia de las escrituras más bien lograda del mundo, paga el equivalente de 825 dólares en su tiempo, lo que le parecía entonces poco, dado que el texto representaba el trabajo de toda una vida para un copista. Satisfecho con su visita, Fausto se dirige luego donde el arzobispo, que hace la misma compra. Poco después, el arzobispo visita al rey y le muestra su biblia. El rey comenta una compra similar y ambos comparan los libros: el mismo número de páginas, la misma presentación. Luego de un tiempo y la observación de que varias copias adicionales circulan entre la nobleza el arzobispo llega a una conclusión: es obra del diablo. Fausto es arrestado, otras copias se confiscan en sus habitaciones, todas en tinta roja, y la clerecía afirma que se trata de la sangre misma del perpetrador, empleada en un pacto infernal con el Adversario. Fausto se ve entonces obligado a revelar el secreto, lleva al arzobispo al lugar de los hechos y demuestra su inocencia ante sus acusadores. El daño ya estaba hecho sin embargo: el nombre Fausto se asocia con el Maligno desde entonces en adelante y penetra así en la música y la literatura.

El nombre “diablo de imprenta” aparece asociado más adelante a cualquier aprendiz en el oficio de la imprenta. Son “diablos de imprenta”, entre otros Ambrose Bierce, Benjamín Franklin, Thomas Jefferson, Walt Whitman, Mark Twain, Lyndon Johnson, Albert Parsons y Lázaro Cárdenas. En la inolvidable serie de televisión La zona desconocida (The Twilight Zone), sin duda el programa de televisión más literario y poético de la infancia de la industria televisiva, aparece un episodio titulado “La imprenta del diablo” cuando la traducción acertada sería en realidad “diablo de imprenta” o aprendiz de imprenta. Ahí, el diablo se le presenta al editor de un pequeño periódico local, a punto de entrar en bancarrota ante los recursos ilimitados de un conglomerado de prensa que desplaza su operación artesanal. El demonio, un tal señor Smith—representado con arte por Burgess Meredith, recordado como el Pingüino en la televisación de Batman en los años 60 o como el entrenador de Rocky Balboa en el cine—propone un pacto: la entrega del alma inmortal del editor a cambio de éxito ilimitado como periodista y empresario.

No es gratuito que el poder de los medios se asocie con la ruina de las personas, en la forma del diablo, ni que sean los medios quienes, en la imaginación popular, se asocien con la tentación y la fortuna. La historia del periodismo en el Ecuador está llena del fracaso de diarios independientes y rebeldes, de la destrucción de las maquinarias, de la persecución a sus operadores. Lo que la asociación entre el diablo y la imprenta registra ante todo es la tentación de poner los medios al servicio del poder, de entregar, a cambio de bienes materiales y reconocimiento, la integridad y honestidad de una visión independiente. El diablo representa así la entrega, no solamente al poder sino también, en la forma de la imprenta, a la uniformidad, a la homogeneidad, a la mismidad en que todo se parece, en que todo asume la misma presentación, los mismos protocolos.

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