Silencio en la tierra de los sueños

Santiago Carcelén Cornejo
Quito, Ecuador

Una anciana; una casa que a veces es dos; un televisor con un personaje cómico que rompe el silencio cotidiano; un perro callejero; una playa en un pueblo de pescadores y un trío de músicos populares que interpretan viejos boleros en la noche, son los elementos de los que se vale Tito Molina para contar una historia en la que el personaje principal es la soledad.

El tema (la Soledad) no es nuevo, es tan viejo como la existencia de la humanidad, desde que ésta tuvo conciencia de sí misma. Tan viejo como la preocupación de los humanos sobre el amor, la guerra o la muerte.

¿Qué es entonces lo que hace interesante a la propuesta cinematográfica de Tito Molina?

Desde mi interpretación personal, el Director de cine, a quién no conozco, decide enfrentar el tema de la soledad y la muerte desde una mirada muy personal, para lo cual se toma muchos riesgos. Apuesta por un juego entre el sueño y la vigilia de una viuda que con resignación y sabiduría espera la muerte. Combina y cruza sutilmente la vida cotidiana con los sueños y añoranzas de la anciana cuando prepara su comida, limpia la casa, tiende la cama o se sienta frente al televisor, mientras teje con sus agujetas un tapete en croché y escucha, sin inmutarse, las ocurrencias cómicas de un personaje viejo de la televisión latinoamericana: Tres Patines. Ese es el mundo real en el que vive. Sin embargo, no es el único. En las noches, cuando se acuesta a dormir, ingresa a otra dimensión de su existencia; a la de los sueños, al pasado, a la memoria. Y es en ese universo en el que se siente verdaderamente realizada, sin que en el mundo real deje de disfrutar igual de lo poco que tiene: unas fotos, una cama amplia, un refrigerador viejo que gotea en las noches y como que en cada gota que cae al piso, se le fuera la vida; una cocina, y una ventana desde donde puede observar a un perro sin dueño que busca alimentarse en los botaderos de basura.

En el otro mundo, duerme en otra cama, en otra casa que es la misma, se amiga del perro vagabundo, lo alimenta y en poco tiempo se convierte en su custodio, le acompaña al filo de su cama mientras ella duerme, camina con él a orillas del mar y observan, sin ser observados, la vida de los pescadores.

Esto se cuenta con un ritmo cinematográfico poco usual para el observador actual, formado en la cultura de la imagen del video clip y que sin duda le va a costar mucho, si asiste a esta película, acostumbrarse al tiempo que el director propone, que entiendo no es su propio tiempo, sino el tiempo que surge de la vida de su personaje.

Y en este mundo imaginario, finalmente la mujer se desdobla, ¿A dónde va?

Eso, el director lo deja en manos del espectador.

La historia está contada con una muy cuidada estética de la imagen; los encuadres, los planos, la iluminación, la banda sonora, son austeros, pero cargados de una enorme belleza. Así como sobria es la actuación de Bertha Naranjo, una actriz no profesional, pero llena de solidaridad y ternura hacia su hijo, Tito Molina.

Hay algo más que se debe resaltar. Molina toca un tema que supera lo local y auto referencial, muy común en el cine de ficción ecuatoriano, y se embarca en un tema que puede ser visto y entendido en cualquier lugar del planeta. No es casual, por tanto, que su realización esté compitiendo en Los Ángeles, para el premio Oscar, en la franja de mejor película en lengua extranjera.

Un dato adicional, la película dura como una hora y media, y no existe un solo diálogo.

¡Qué audaz Molina!

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