¿Necesitan las reformas pro-mercado de un gobierno autoritario que las lleve a cabo?

Juan Fernando Carpio
Quito, Ecuador

A la luz de las reformas pro mercado en Chile y China, hay una tendencia de cierta gente a creer que el libre mercado es algo que debe ser impuesto por la fuerza y que por tanto no puede ser de origen popular ni tener raigambre popular.

Sin embargo, el comercio es diez veces más antiguo que la agricultura. El marco liberal de derechos (propiedad, libre asociación) no es sino la formalización de las prácticas pacíficas que durante 400 siglos convivieron en tiempos y lugares con otras bastante menos pacíficas. Pero recordemos que los burgos fueron pequeños poblados que crecieron a espaldas (algunos dirían que huyendo) del orden feudal. La burguesía fue (y es) la clase comerciante, profesional e industrial que nace en medio de estas normas pacíficas de convivencia y las formaliza en constituciones para limitar a las monarquías o en sistemas republicanos o de democracias directas en territorios enanos. Los mercados libres no son sino la suma de interacciones comerciales pacíficas.

Cuando Naomi Klein y la izquierda latinoamericana dicen que las dictaduras del Cono Sur (y otras de la región y el mundo) fueron concebidas para hacer reformas de libre mercado, cabe preguntarles por qué fue sólo en Chile que se intentaron siquiera tales reformas. La respuesta es que unos economistas pro mercado de la Escuela de Chicago persuadieron al dictador Pinochet para que haga reformas en vez de intentar (como Pinochet intentó al principio) ver a la sociedad como cuartel y manejarlo como haría un autoritario de derechas. En el caso de China es la realidad (incluyendo 40 millones de muertos por hambrunas) la que convence al partido comunista de hacer reformas de mercado (200.000 empresas estatales privatizadas en el 2004 incorporándolas al sistema de precios y toma de riesgo en atender al consumidor). Pero en otros países las mismas reformas han sido hechas en entornos de democracia liberal: Estonia, Polonia, Rep. Checa, Lituania, Rusia (al inicio, no ahora), Irlanda y Suecia (sí, esa Suecia).

Pero aquí radica la paradoja: para los regímenes autocráticos es más fácil hacer reformas que hacen bien pero se ven mal. Repito eso: las reformas liberales, mal explicadas o sin explicarse, como suele suceder, se ven mal pero hacen bien al territorio en que son aplicadas. Se ve bien proteger la «industria nacional» y se ve mal abrirla a competencia con «bobo aperturismo» y «poco sentido nacional» y etc argumentos. Pero es más fácil que China tenga importaciones libres que los EE.UU. La razón es que en EE.UU. los grupos de interés y los intelectuales anti-globalización pueden negociar. En China (o en el Chile de Pinochet) simplemente no. Eso no significa que el libre mercado sea algo que debe imponerse sino que al contrario: las reformas que reducen las trabas al libre mercado (doméstico o internacional) se pueden remover más fácil sin consultar a los grupos de interés e intelectuales anti-globalización, porque esas trabas son las que son artificiales, no los mercados libres.

La tarea de los liberales es comunicar mejor las reformas y sus resultados, para que no se acumule la tensión de hacerlas en un mundo que ya entendió ciertas lecciones esenciales y así nadie pida «mano dura». Tanto más en un continente en que ahora la «mano dura» viene de representada por personajes anti globalización y anti empresa. Es mejor hacer las cosas que hacen bien a los países, por las buenas.

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