¿Puede el fin del embargo a Cuba significar la caída de Maduro?

Por Carlos Jijón
Guayaquil, Ecuador

La versión se comentaba desde hace meses. Atribulado por la debacle de la economía venezolana, que sostiene su dictadura en base una potente inyección de petróleo (cuyos precios se precipitan en picada durante las últimas semanas) un desesperado Raúl Castro no tendría más camino que negociar un acercamiento con la Administración Obama, que le permita sobrevivir, ya sea mediante un paquete de ayuda como la que la Casa Blanca ha anunciado el miércoles, ya sea mediante el aún poco probable levantamiento del embargo a Cuba.

A cambio, y como consecuencia no pactada pero sobrentendida, Castro dejaría abandonado a su suerte al actual hombre fuerte de Venezuela, Nicolás Maduro, abocado a sanciones estadounidenses, pero sobretodo a una catástrofe económica que en la práctica, más allá de los discursos, echa por la borda una Alianza Bolivariana que se ha mantenido vigente fundamentalmente en base a los importantes subsidios del chavismo a sus gobiernos. Y que con un precio del petróleo bordeando los cincuenta dólares, y a la baja, es poco probable que se mantenga.

Por supuesto, la entrega del petróleo venezolano a Cuba no ha sido gratuita. Si es verdad lo que dice la oposición venezolana, sobre el importantísimo apoyo del régimen cubano al sostenimiento de Maduro, en especial en asuntos de Inteligencia, no es difícil vislumbrar lo que puede ocurrir con el régimen de Caracas si ese puntal desaparece.

No se oculta el impacto que los discursos simultáneos de Barack Obama y Raúl Castro, pronunciados la mañana del miércoles, van a provocar en el seno del socialismo del siglo XXI después de constatarse, por ejemplo, que el mismísimo instante en que Nicolás Maduro vociferaba en una plaza, este lunes, que los estadounidenses deben enrrollar sus visas y metérselas donde mejor les quepan, el régimen castrista estaba negociando con el Imperio. Y estaba negociando desde hace año y medio.

Cierto es que a la luz de los principios, el reconocimiento de la mayor democracia de Occidente a una dictadura hereditaria, que lleva en el poder más de 50 años, resulta impresentable. En la práctica, si ello ayuda al desmantelamiento del régimen autoritario de Caracas, y produce un efecto dominó en los gobiernos satélites de la ALBA, quizás haya prestado un servicio importante a la causa de la democracia y la libertad.

No parece ajeno estas las circunstancias el hecho de que sea precisamente en La Habana donde se desarrollan las negociaciones de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC. Dos indicios. Uno: casi pocos minutos después de los discursos simultáneos de Obama y Castro, las FARC anunciaron un cese el fuego unilateral e indefinido. Dos: la visita del Secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, al presidente colombiano apenas el fin de semana pasado, permite suponer que Santos fue informado, y de primera mano, de lo que se estaba cocinando.

Para las FARC, el acercamiento entre La Habana y Washington debería tener algún tipo de consecuencias. Si ello ayuda a terminar con una guerra interna, que socava la democracia en Colombia y amenaza la libertad, bienvenida sea.

¿Se va a traducir este acercamiento en democracia para Cuba? No soy tan optimista. Quizás esto sea solo un primer paso sin que tengamos claro cuál vaya a ser el segundo. Quizás Obama solo haya lanzado una botella de oxígeno a un gobierno que estaba condenado a la asfixia como consecuencia del, de todas maneras inevitable, derrumbe de Venezuela. Quizás todo no se trate más que de una magnífica puesta en escena de un político como Obama, celoso de pasar a la Historia con un legado importante, sin que lo que realmente le importe sea el advenimiento de la democracia en Cuba.

La única ventaja que tenemos es que no tardaremos más que semanas, o meses, para entender si el costo de olvidar principios ha valido la pena.

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