¿Alternancia? ¿Hacia donde?

Víctor Cabezas

Víctor Cabezas
Quito, Ecuador

La reelección indefinida de autoridades de elección popular ha copado los espacios de opinión pública en los medios de comunicación. Dentro del abanico de argumentos vertidos para sustanciar la improcedencia de la reelección, la “alternancia como base de la democracia” ha sido ventilada con soltura. Sin perjuicio de que, mediáticamente, este tipo de argumentos sean muy atractivos y convincentes, es menester comprender ¿por qué? y ¿cuándo es relevante la alternancia?

Por concepción, la alternancia posee una correlación directa con el concepto de “alternativas”. Se alterna en la medida en que aquellas opciones puedan ser funcionales a los objetivos planteados por el opcionante. Creer en la alternancia por la alternancia, sin tomar en cuenta la necesidad imperativa de generar un relevo generacional en los actores políticos, sería como empeñarse en cambiar de menú cuando los ingredientes para el nuevo plato se encuentran o podridos, o faltos de madurez.

Debemos ser claros en nuestras expectativas como sociedad, el cambio por el cambio es muy cercano a la novelería. Quien está dispuesto a defender la alternancia como pilar fundamental de la democracia –posición en extremo legítima- deberá ser explícito en quienes y donde fundamentarán y llenaran las papeletas de votación en el 2017. Quien defienda la alternancia debe ser un oferente de opciones políticas.

El “recambio” en el poder no es un fin en si mismo, está determinado por el mercado político. Pensemos en la comida, cosa tan parecida a la democracia; podemos desear cambiar de almuerzo cada semana, sin embargo, ese anhelo debe estar fundado en las reales posibilidades que tenemos para conseguir aquellos ingredientes que posibiliten la cocción de un nuevo plato de comida. Sino pensamos en esto antes de cambiar de comida, quedaremos frustrados y con hambre; pero, eso sí, nos quedará la grata satisfacción de haber cambiado, de haber alternado.

La alternancia es lo “políticamente correcto” dentro del discurso político coyuntural. La democracia resulta un concepto líquido que divaga y legitima los intereses individuales de los políticos de turno; se nos presenta un ideal de democracia que no es funcional a la realidad –triste o feliz- de Ecuador. Un país con una clase política en extremo mediocre, que nace desde el reciclaje de figuras. Salvo honrosas excepciones, la meliflua oposición ecuatoriana nos hacen caer en el incomodo espacio de decidir entre aquello que nos gusta y aquello que nos sirve.
En ocasiones, asumimos como realidad aquellos conceptos glorificados, infalibles y que se asumen indiscutibles. La alternancia como sustento de la democracia es una prerrogativa que –en nuestra realidad política- debe ser construida, re preguntada y re planteada a través de un debate público-político. Este debate debe trascender los odiosos títulos de “analista político” o “experto”, con el que se legitiman quienes acaparan y monopolizan los espacios de opinión pública.

Si no construimos una cultura política de participación desde las esferas más próximas –el hogar, la universidad, el trabajo- nada cambiará en la sociedad. El país necesita nuevos actores. Ir a las urnas en 2017 y rayar una hoja con un candidato distinto a Rafael Correa no cambiará nada. Alternancia sí, pero primero construcción de cultura política que nos permita tener poder de decisión. La alternancia como novelería de cambio –que , dicho sea de paso, beneficia a algunos a titulo personal- es un argumento inmoral, antiético y mentiroso.

Señores y señoras, hoy nos venden alternancia y democracia como felicidad. ¡Que lindo será el 2017 sin Correa! ¡Salgamos a votar por la no-reelección! ¡Democracia es alternancia! ¡Democracia es libertad! De nuevo, la felicidad abstraída como un deber ser en el futuro; el deber ser democrático, el deber ser libre. De nuevo, el discurso nos dice: si hoy rechazas la reelección, mañana la diocesana alternancia vendrá para salvar la libertad ¿alternancia hacia donde? De nuevo, sólo pregunto.

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