Libre competencia

Juan Carlos Díaz-Granados Martínez
Guayaquil, Ecuador

Hace unos días conversé con un comerciante exitoso. Un joven emprendedor acababa de salir de su oficina. Le había propuesto que aporte monetariamente para iniciar una sociedad. Abrió un cajón de su escritorio y me lo mostró. “El problema no es encontrar ideas” me dijo. “Este cajón está repleto de buenas ideas. Lo difícil es ejecutarlas”.

Se refería a que un país no puede entorpecer la inversión de capitales para los emprendimientos, ni limitar a sus empresarios a fomentar actividades económicas que un grupo de burócratas desconectados con la realidad han determinado como la matriz productiva. Eso liquida la innovación. Pero además es la réplica del modelo cepalino que fracasó en los años setenta. La falsa industria. Aquella que ensambla partes importadas y fabrica poco.

Queremos productos técnicamente superiores a precios accesibles, no artículos caros que ofrecen poca diversidad a los consumidores; como los que hoy se encuentran en las jugueterías para Navidad. Si hubieran aprendido de la historia, sabrían que ese modelo no prosperó. Cualquier niño de quinto grado también les dirá que el comunismo fracasó en todos los países que lo implementaron. Asesinaron a la innovación y la productividad. Convirtieron a todos en pobres, excepto a los funcionarios del gobierno.

Está claro que los países más exitosos son especializados. Nosotros tenemos la ventaja de haber logrado exportar productos agrícolas a mercados captados tras muchos años de esfuerzo en convencerlos. ¿Por qué no podemos apuntalar las industrias y comercios que giran alrededor de lo que ya hemos logrado? Los tecnócratas piensan que los clientes se ganan promulgando leyes. Que lograr que un consumidor compre nuestros productos es fácil. Tal vez por eso le quieren cobrar a una empresa de telecomunicaciones una regalía por haber ganado el mayor porcentaje del mercado. No ostenta una posición de poder de mercado penada por la Ley de Poder de Mercado, sino que persuadió a los usuarios para que compren sus servicios y productos compitiendo en buena lid.

La empresa estatal rival tiene una banda 4G que el gobierno le cedió gratuitamente (una práctica que sí se define como poder de mercado) y sin embargo, solamente el 4 % de los consumidores prefiere contratar sus servicios; a pesar de ser la única que posee la tecnología de comunicación más rápida. ¿A qué se debe eso? La empresa estatal no logra convencer a casi nadie sobre su capacidad para ofrecer un buen servicio.

Se castiga el éxito logrado con trabajo honesto. Establecer restricciones a las importaciones; poner topes salariales; limitar las utilidades de los trabajadores y desmotivar las ventas son cortapisas a la riqueza. Exigen ganar menos. Castigan la productividad, premian la mediocridad y fomentan la corrupción. Así no vamos a ningún lado.

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