Hoy suena como una profecía

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

En esta misma columna, el pasado 24 de marzo, lunes, comentaba un artículo aparecido en el periódico “El País” cuyo autor, Antonio Navalón, escribía: “Considero que será Cuba, con Raúl Castro a la cabeza, quien entregue la revolución chavista a Estados Unidos, a cambio de conseguir el desbloqueo para Cuba”. Después de conocer lo sucedido el miércoles último es como para ir a prenderle una vela a dicho periodista. Hay tres posibilidades: 1.- Acertó de casualidad. 2.- Fue fruto de una serie de análisis. 3.- Sabía que desde hacía un buen tiempo Raúl Castro y Barak Obama estaban en contacto a través de sus enviados especiales que se reunían en Canadá. Si es esta última posibilidad, el único que no se había enterado de tales reuniones era Nicolás Maduro que se ha quedado solo, en medio del descampado, como el tonto del pueblo.

Desde que se conoció la noticia de que Obama y Raúl Castro tenían intenciones de reanudar relaciones y abrir embajadas en La Habana y Washington, se ha desatado una carrera frenética en la que los contendientes tratan de establecer quién fue el ganador de esta larga historia de confrontaciones cuyo inicio se remonta a 1961 cuando Estados Unidos decretó el embargo contra Cuba como arma de presión para debilitar el régimen de Fidel Castro.

Obama ha dicho que desea rectificar la política norteamericana hacia la isla porque evidentemente el bloqueo no dio los resultados que se esperaban. Raúl Castro por su parte dijo que la decisión tomada por el Presidente norteamericano “merece el respeto y reconocimiento de nuestro pueblo”. También dijo en ese discurso del miércoles: “Ahora llevamos adelante, pese a las dificultades, la actualización de nuestro modelo económico para construir un socialismo próspero y sostenible”.

Puestos a querer saber si es Obama o Castro el que ha ganado, hay una tercera opción: el único que ha perdido en esta infecunda batalla, fue el pueblo cubano que ha quedado dividido –espero que no sea de manera irreconciliable– entre los seguidores de la Revolución y sus detractores. Cuando en 1989, hace exactamente 25 años, la Unión Soviética se desplomó, víctima de sus propias contradicciones, Fidel Castro tendría que haber entendido que aquel mundo ideal dentro del cual se insertaba, había dejado de existir y era necesario realizar ajustes urgentes para poder sobrevivir con dignidad. Privado de la importante ayuda que recibía de la Unión Soviética, la economía cubana se hundió al mismo tiempo que su protector, y el pueblo se sumía en una insoportable carestía.

La aparición de Hugo Chávez y sus delirantes ideas del socialismo del siglo XXI le sirvió al régimen cubano para recibir un balón de oxígeno: Venezuela le regalaba el petróleo y Cuba le daba la bendición revolucionaria. Muerto Chávez, que había sustituido la inteligencia por cierta dosis de carisma y de gracia, le sucedió Nicolás Maduro que carece de las tres cosas: de inteligencia, de carisma y de gracia, presidiendo un país con una inflación del 70% y el precio del petróleo, su única fuente de ingresos, en caída libre, con una depreciación del 42%. ¿Con qué dinero comprará las adhesiones políticas (Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia, Ecuador y Nicaragua) y el 70% de los alimentos que se consumen en Venezuela que deben ser importados porque el país no los produce?

Raúl Castro tomó la decisión adecuada: ante el peligro de verse arrastrado por otro Estado protector decidió mirar hacia el norte y comenzó las negociaciones con Estados Unidos sin decirle palabra a sus aliados (hasta el miércoles último) que en este momento se encuentran muy ocupados en organizar una conferencia internacional sobre la crisis del capitalismo.

Atrás de este acercamiento de Washington y La Habana hay una serie de acontecimientos que redundarán en beneficio de la población, más que del régimen de los Castro: fluirá más dinero hacia la isla que ayudará a financiar la pequeña e incipiente empresa privada, el exilio de Miami tendrá todas las facilidades para viajar a Cuba ya que se liberalizarán los viajes, y la fluidez de las comunicaciones dificultarán el control de los organismos de seguridad sobre las contactos entre la isla y los Estados Unidos. Las cosas no van a ir con la celeridad que muchos querrían, pero lo importante es que se haya echado a andar un proceso que, con el correr del tiempo, traerá la apertura de un régimen que hace tiempo perdió su razón de ser.

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* El artículo de Jesús Ruiz Nestosa ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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