Yo no soy Charlie

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

No soy Charlie, soy Marlon. Desgraciadamente. Si lo fuera, no pensaría dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete veces las cosas que voy a escribir, intentando calcular, a la medida exacta, las consecuencias que puedo soportar por un acto tan normal como plasmar una idea, lanzar una crítica o desafiar al poder en un país en el que, gracias a Dios o a Mahoma, los únicos actos terroristas que hemos visto en los últimos años fueron protagonizados por indígenas sin bombas, estudiantes de colegio o por una profesora de escuela que incitó a los muchachos para que salgan a las calles.

No soy Charlie, y lo lamento. No porque me guste ofender a los demás, que si lo he hecho no ha sido con dolo, sino porque el trabajo de quienes integraban la redacción de esa revista con dibujos malcriados, y que fueron masacrados por eso, se convirtió en uno de los símbolos de la continuidad del legado que regaló Francia al mundo con su verdadera revolución.

La libertad, la igualdad y la fraternidad, mitos eternos e inalcanzables, tuvieron vida en esta Francia y mantenerlos resulta la lucha permanente en una civilización marcada por individuos a quienes no les conviene, no les gusta o no les da la gana respetar esos principios fundamentales para la convivencia de las personas. Y debido a eso, aunque no solo por eso, nacen los insolentes que buscan espacios para manifestar su rechazo y desprecio por esta clase de gente que, para remate, se hacen del poder.

La realidad actual es que no somos libres, no somos iguales y no somos fraternos. Y no somos nada de eso en gran medida porque se mantienen, aunque parezcan invisibles y hayan desaparecido de las Constituciones modernas, los legados de las viejas monarquías que tenían sus predestinados para guiar a las torpes masas que se dejan llevar. Aunque en los discursos se diga lo contrario, en la realidad la historia se rellena con capítulos de relevo de cúpulas que tienen todo en común. Tomen lista: la intolerancia, el autoritarismo, el abuso, nunca faltan a los llamados del poder.

Francia y Occidente tienen que resolver una guerra no declarada de civilizaciones, que si dios existe, no debería permitir. Son palabras mayores. Pero nosotros estamos muy atrás, peleando por minucias, quemando el valioso tiempo de nuestro desarrollo en conservar vanidades políticas que solo le importan a quien hace de modelo para cuadros pomposos.

No soy Charlie y no lo puedo ser. Primero, no puedo dibujar. Y segundo, ya estaría preso. Aquí no han dado bala a los caricaturistas, pero se pretende encarrilarlos como caballos, con su visión dirigida y un camino a seguir. El que se desboca, recibe latigazos que son multas. Hay una ley que lo controla todo. Y eso es deprimente, porque en Ecuador ni siquiera hay un solo Charlie.

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