Ningún Feliz Día

María Dolores Miño

María Dolores Miño
Quito, Ecuador

Pocas cosas son tan frustrantes como un ocho de marzo. Es como si una vez al año, todos se confabularan para hacernos creer a las mujeres que vivimos en condiciones de igualdad a punta de tarjetas, rosas y canciones de Arjona. Hoy, a 15 años de la Declaración de Beijing, donde tantos Estados se comprometieron a combatir los obstáculos que impiden que exista equidad de género, esto sigue siendo una vil mentira, o cuando menos, una utopía.

Algunos pensará que exagero. Seguramente dirán que ahora las mujeres tenemos iguales oportunidades de trabajo. Pero vayan y vean si los empleadores tienen consideración con la situación de maternidad de una mujer (que a propósito, no termina a los tres meses de dar a luz sino más o menos unos veinte años después, si acaso). Si una mujer debe elegir entre pasar 12 horas en una oficina para fortalecer su carrera y no ver a sus hijos, o no trabajar y estar ahí para ellos, créanme, optarán por lo segundo. U optarán por un trabajo peor remunerado con horario flexible donde hacer el malabarismo de ser mamá y trabajar no sea tan agotador. Ahora preguntémonos cuántos padres que trabajan han estado alguna vez en esta disyuntiva. Me atrevo a decir que serán poquísimos. ¿Hay iguales oportunidades laborales cuando ni la Ley ni los empleadores toman en cuenta nuestras necesidades particulares como mujeres al crear puestos de trabajo? Obviamente, no.

Luego dirán que la Constitución reconoció el derecho a la igualdad en las relaciones de familia, y estableció el deber de corresponsabilidad en cuidado y crianza de los hijos para hombres y mujeres. Pero vayan y vean tantos casos de madres solteras o divorciadas que no solo hacen de cuidadoras sino también de proveedoras de sus hijos, porque los fulanitos (que en actas de Registro Civil mal figuran como padres), se limitan exclusivamente a pasar una pensión que nunca alcanza a cubrir todos los gastos de los hijos (y ciertamente no alcanza ni de lejos para compensar el doble esfuerzo de la madre), y a interactuar con los hijos por quincena. Los otros 341 días del año, son las madres las que solas deben enfrentar la tarea titánica de amar, cuidar, guiar y formar sus hijos. ¿Hay igualdad en la crianza de los hijos cuando aún la mayoría piensa que la maternidad se ejerce por “default”, mientras que la paternidad se ejerce casi como un favor? Obviamente, no.

También me dirán que ahora existen leyes que penalizan la violencia contra la mujer. Pero vayan y vean si nosotras podemos caminar a la tienda de la esquina sin que nos lluevan los comentarios obscenos y los silbidos. Vean como acciones tan simples como arreglarse o estar en la noche en un bar para una mujer puede ser causa de muerte, mientras que para un hombre son conductas normales, permitidas y celebradas. Fíjense como una campaña contra la violencia de género causa más indignación que la violación de una niña o la mutilación de una mujer por parte de su pareja. Y vean como ahora hasta el mismo Estado ha preferido aferrarse a moralismos anacrónicos que cumplir con su obligación de garantizarnos nuestro derecho a la salud sexual y a la maternidad responsable. ¿Existe igualdad de derechos cuando importa el qué dirán más que nuestra vida y nuestra integridad personal? Obviamente, no.

Este aún está lejos de ser un feliz día para nosotras. Cuando haya equidad en el cuidado y crianza de los hijos, cuando los comerciales de lavaplatos no estén protagonizados solo por mujeres, cuando se creen puestos de trabajo que no impliquen escoger entre ser profesional y ser mamá, cuando nadie pregunte si la víctima de violación vestía minifalda, cuando ya nadie crea eso de que los hombres no lloran, cuando el Estado deje de meterse en nuestra conciencia y se preocupe de nuestra salud, será un Feliz Día de la Mujer. Hoy desafortunadamente, estamos a 80 años de que exista verdadera igualdad de género. Más que tarjetas y regalos, las mujeres necesitamos un compromiso serio de la sociedad y el Estado para que las niñas y jóvenes de hoy tengan al menos la esperanza de una vida adulta libre de discriminación, estereotipos e indiferencia.

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