Miguel Donoso Pareja

Abdón Ubidia
Quito, Ecuador

No es nada nuevo un nuevo libro de Miguel.

Miguel es eso. Escribe de modo implacable. Está en la línea de su ilustre tío, Alfredo Pareja Diezcanseco, de quien Benjamín Carrión decía: «Es un escritor que escribe”. Porque Miguel también ha escrito sobre todo lo que encuentra a su paso y va brincando de uno a otro género sin contención alguna. Novela, ensayo, crítica, cuento, teatro, poesía, guiones de cine, artículos, y hasta obras para títeres.

Para mí, este libro es, sin discusión una novela. Una novela posmoderna, quizá, pero una novela. Fragmentaria (como todo lo posmoderno), caprichosa, zigzagueante; tiene un protagonista que escruta el mundo. No hay manera de olvidarlo porque siempre está presente, cuando recuerda, cuando comenta, critica, recuerda, sentencia, ejerce la burla y el desdén, o el elogio sincero. O cuando colecciona y “pega” en su fluido discurrir, textos sacados de otros lados. Tal protagonista, todos lo sabemos, es el propio Miguel Donoso Pareja, medio en broma, medio en serio, medio trágico, medio cómico, medio cierto, medio inventado, viviendo su vida, es decir, escribiendo siempre.

Especial, este personaje que se llama a sí mismo: el Muerto, el Cadavérico y otros adjetivos, en él sustantivados, cuya intención ahora me luce al menos enigmática.

El escenario de la novela, manifiesto o implícito, es Guayaquil. Miguel es, o siempre ha sido, a pesar de sus erranzas, un guayaquileño a carta cabal. Y él, tan aficionado a buscar identidades y pertenencias, lo sabe mejor que nadie. Y hasta creo que escribió esta novela para demostrarlo. Aunque en estos tiempos de escritores “universalistas”, es decir, que quieren ser de todas partes y de ninguna, no esté de moda decirlo, no hay nadie más argentino que Borges, o inglés que Shakespeare, o estadounidense que Miller y Keruac o japonés que Kawabata, Mishima o Murakami). Así Miguel es un guayaquileño. Más allá de los amores, los dolores y acrobacias de su lengua viperina, triunfa en él, esa jovial vivacidad, esa inquietud existencial, tropical sin duda alguna, de los guayaquileños.

No me imagino que La tercera es la vencida hubiese sido escrita por un quiteño. O un cuencano. Hay en ella una marca personal, regional, en el más amplio sentido de la palabra, una suerte de fuerza gravitatoria que, sobrepasando la cultura, la erudición universal del autor, lo devuelve, inevitablemente, a lo más profundo de su tierra, a un modo de ser y de estar en el mundo, un modo que no puede ser sino guayaquileño. Un ruso dijo, con justeza: describe bien tu aldea y describirás el mundo. Miguel, muchas veces, marino de muchos puertos, ha dado la vuelta a la fórmula: describe bien el mundo y describirás tu tierra, delatarás tu identidad, esa manera contundente que ella ha hecho de ti, o, de «vos», como diríamos los quiteños.

Y ¿cuál es el tiempo en que ocurre La tercera es la vencida? Es el presente: más allá de sus huidas memoriosas hacia el pasado propio o ajeno. No importa: esta novela sólo pudo ser escrita en estos años desconcertantes, cuando todo cambia sin cambiar del todo.

En eso, La tercera es la vencida, se identifica plenamente con otro libro de Miguel que tuve el gusto de presentar en Quito, hace pocos años: era una novela muy grande: A río revuelto o Memorias de un yo mentiroso.

Me robo a mí mismo algunos párrafos de esa presentación porque valen, punto por punto, para aplicarlos al libro que hoy “bautizamos”.

Porque ésta no es más que la continuación de A río revuelto, Memorias de un yo mentiroso: su segundo tomo, o segundo round, o como quiera llamársela.

Entonces dije:

Abro el libro. Empiezo el olisqueo previo, es decir, el hojeo inicial. «¿Qué es esto?», me digo, al borde del alarido. «¿Qué ha hecho Miguel en esta ocasión»? ¿Juntar recuerdos personalísimos, opiniones de críticos, disquisiciones genealógicas, o «ginecológicas», como llega a llamarlas, anécdotas y comentarios literarios y todo bajo el subtítulo de novela? Mi alarma creció cuando acometí la lectura ordenada de A río revuelto. El segundo y tercer sustos sobrevinieron juntos: el protagonista era nada menos que el propio Miguel Donoso Pareja; sólo que, aparte del casi evidente «YO», se llamaba a sí mismo, en los sucesivos acápites –y escuchen bien–: El Muerto, El disecado, El cadáver que hablaba, El Embustero, El embalsamado, El cadavérico, El ajusticiado, El momificado y algún adjetivo sustantivado más, de similar condición que , seguramente, se me ha escapado, debido, precisamente, a los sustos mencionados.

¿Qué había hecho Miguel? Luego de toda una vida de dar guerra a medio mundo ¿Había optado por la rendición incondicional, por el masoquismo más declarado y siniestro, pues, como se sabe, todo masoquismo es, para los otros, el perfecto sadismo, ya que nos obliga a sufrir por un dolor que ni siquiera es nuestro?

Y proseguí:

En una primera aproximación, algunos pensarán que se trata de un testamento, de un adiós prematuro, acaso de un secreto pedido de auxilio y comprensión. Pero, más allá de todas sus «autoinfidencias», este libro es una novela. Lo dicen la uniformidad del estilo y las estrategias narrativas; su estructura, su piso de verosimilitud; su argumento que usa recursos extremos tales como la supresión de las descripciones, o lei motivs como las menciones a las genealogías o amistades literarias, o recuerdos recurrentes; todo ello para contarnos, aunque de una manera muy experimental y diríamos, muy «moderna», la historia de un escritor que no puede diferenciar la literatura de su propia vida.

¿Qué encontramos entonces? Pues algo irrecusable: Cuánta «vida» hay en la vida de Miguel Donoso Pareja. Cuántos viajes, cuántas profesiones, cuántos amores (el mayor, por supuesto, es el último, aquí presente) , cuántos libros. Uno podría decir también: cuántos enemigos; pero también: cuántos amigos. En fin, cuánta «vida vivida», como decía Malaparte.

Todo eso dije de A río revuelo, Memorias de un yo mentiroso.

Y no me cuesta repetir lo mismo, a propósito de La tercera es la vencida.

Es decir, que A Río revuelto y La tercera es la vencida, valen también como testimonios y, de muchas maneras, como documentos complementarios de su copiosa obra. Más allá de la curiosidad que despiertan en el lector sus confesiones y opiniones personalísimas, de ser humano de gran verbo y larga lengua, y de escritor muy bien ubicado en el contexto de la literatura latinoamericana, hay un interés que nace del bien contar, del estilo limpio, de la gana irreprimible de enterarnos de cómo piensa, siente, ama y odia el Miguel Donoso Pareja de carne y hueso que todos conocemos o creemos conocer.

Mientras leo al Miguel actual y lo disfruto, se me viene a la mente el nombre de Sebald, el insólito novelista alemán, autor de Vértigo y Los anillos de Saturno.

También para él, la misión del novelista actual es cierta: todo es describible, todo es escribible, diría: si encuentra un cuadro de Rembrand, por caso, lo describe; si recuerda un cuento de Borges, lo vuelve a reinventar de memoria, y así, todo lo que se ponga ante sus ojos queda atrapado en el vértigo de un relato continuo y discontinuo, al mismo tiempo.

Igual pasa con Memorias de un yo mentiroso o esta flamante: La tercera es la vencida.

Se trata de otra manera de narrar que nos impone este mundo, de suyo, discontinuo, fragmentario, casi furtivo en sus mil caras, en sus señales y discursos. Una manera adecuada, casi imperiosa para testimoniar La condición posmoderna, para recordar un viejo título de Lyotard.

Quiero decir que la escritura de La tercera es la vencida, coloca a su autor, si sabemos leerlo bien, de lleno, en lo más profundo de nuestra incertidumbre actual: ¿cómo volver continuo lo discontinuo? ¿Cómo reparar la unidad del discurso -narrativo, en este caso-, si todo discurso se ha vuelto fragmentario?

La respuesta nos la da Miguel, con sus dos últimas novelas: tomando, pues, el toro por los cuernos: haciendo patente la discontinuidad del mundo actual; uniendo sus fragmentos en los fragmentos de un texto que los junta de manera inteligente y entretenida.

No sería justo terminar esta, por fuerza, corta intervención, sin mencionar también un par de diferencias de la novela que hoy nos junta, La tercera es la vencida, últimas palabras y el oscuro resplandor y la anterior A río revuelto o memorias de un yo mentiroso.

La primera diferencia salta a la vista: la novela anterior tenía dos títulos, la segunda tiene tres, lo que nos hace presumir que la próxima tendrá cuatro títulos.

La otra diferencia es que nuestro viejo lobo feroz, se ha vuelto más sereno, más mable, incluso cuando critica, por ejemplo, a cierto poeta frígido que anda por allí exhibiendo, de unos años a esta parte, su novísima ideología. Y en La tercera es la vencida hasta ha llegado a enternecernos como cuando evoca las travesuras de su nieto. Lejos estamos de ese desgarramiento atroz que nos mostró antes en esas páginas terribles en las que evocó a su hija Leonor.

Creo que hay una razón de fondo: Miguel Donoso Pareja, ha logrado imponerse en la literatura y en el conjunto de lectores que le queremos. Y, aparte de todos los reconocimientos nacionales que ha recibido, y las sucesivas muestras de afecto que le damos, presumimos que también que el amor de Isabel Huerta, tan firme y sostenido, tiene que ver también en esta novela y, como rebote, en la manera diáfana, entretenida, en que la leemos.

*Comentario sobre la novela ‘La tercera es la vencida’ de Miguel Donoso Pareja.

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