¿Qué pasó después de Cuenca?

Diego Ordóñez
Quito, Ecuador

El paso de los días va decantando de la pomposa calificación de “evento histórico; y la novedad de la reunión en Cuenca pierde aún más sustancia. En aquel encuentro los alcaldes y el prefecto declararon, en algunos párrafos, compromisos con asuntos que rebasan los intereses o los problemas de sus respectivas localidades. No hablaron de asignaciones ni de competencias, y se manifestaron preocupados por la economía y comprometidos con la democracia.

Muchos de los participantes son políticos experimentados y los noveles, aunque puedan pecar del voluntarismo que acompaña a los iniciados, saben que las declaraciones son como hojas que se las lleva el viento. En términos de eficacia política, los actos que se suscitan son lo que afectan, alteran la realidad. Buenas declaraciones los hacen muchos. Los liderazgos eficientes, sin embargo, son los que generan hechos.

Entre la reunión en Guaranda y la de Cuenca, más allá de la expectativa no se registró ningún hecho del que se pueda identificar un punto de quiebre como se ha dicho; más allá de la deserción del alcalde de Guaranda que seguramente hizo un cálculo de oportunidades y resolvió que es mejor arrimarse al gobierno que distanciarse de él.

Los voceros del encuentro, cada uno por su lado, han dicho mucho. En conclusión, que variopintos personajes y organizaciones se había sumado para ofrecer una alternativa al poscorreísmo. Y así, con esa intención que no dejó en claro la agenda, el trayecto y los contenidos, se ha dejado espacio a la especulación y a mostrar las debilidades de una convocatoria abstracta y retórica.

Las amenazas contra la democracia y las libertades urgen una defensa actual. La intención de modificar la Constitución para adecuarla a la agenda política gubernamental y las evidentes piruetas leguleyas para enredar la aspiración del 78% de ciudadanos que esperan ser consultados; no pueden ser moralmente indiferentes a quienes ejercen liderazgo político. Lo propio en relación con medidas económicas que cargan al sector privado y a los ciudadanos el costo del populismo-estatismo; al cerco cada vez más intenso en torno a las libertades individuales, y a las libertades de opinión, comunicación e información. Grave sería concluir que soslayar estas realidades se deba a conflictos de protagonismo, como parecería ser.

Es frecuente escuchar la conclusión en sentido que la unidad es imperativa. En mucho, por esa angustia emocional que induce a pensar que frente a una gran amenaza es mejor estar juntos. Sin embargo, habría que ponerla en duda. Los sectores de la oposición, según se nota, tienen formas diversas de entender su rol. Algunos incluso se mueven en los dos mundos. Pero esto permite que se abran varios frentes y asuntos que interesan a quienes no comparten la línea y acción gubernamental.

Sería ingenuo pensar que entre los ubicados en la mesa directiva del encuentro de Cuenca no comparten intereses electorales. De allí que el llamado a que otros sectores y líderes políticos (leáse Lasso) se sumen abstrayéndose de sus propios proyectos electorales se entiende como una condición difícil de aceptar. Y de esto no hay que sorprenderse. Las opciones electorales se construyen y dista mucho tiempo aún para que las articulaciones y alianzas se configuren. Lo fundamental es contar con alternativas con base orgánica, estructural y electoral que sean fuertes. La debilidad, en consecuencia, no será por resultado de falta de unidad hoy, sino por carencia de opciones viables.

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