Verónica

María Fernanda Egas
Miami, Estados Unidos

Verónica Saráuz, 35 años, no ha vuelto a tener paz desde aquella noche del 26 de diciembre del 2013 en que 30 agentes del GIR allanaron su departamento en Quito. Acompañados de un camarógrafo, los agentes armados irrumpieron en su hogar en busca de pruebas de que su esposo, el periodista y ex asesor parlamentario Fernando Villavicencio, habría hackeado cuentas de correo electrónico del gobierno.

“Eramos una familia normal hasta entonces. Llegaron casi a la medianoche. Dijeron que eran de la Fiscalía. Abrimos justo cuando iban a usar el ‘tumbapuertas”. Una mujer policía me agarró de los brazos. Con cámaras empezaron a grabar a mis hijos mientras dormían. Apuntaban a mi bebé con metralletas y Fernando lo protegía. Fueron las tres horas más largas de nuestras vidas”, sostiene Verónica. Juntos, Fernando y ella tienen dos hijos: Martín quien entonces tenía apenas 1 año y José Emiliano 6 años.

Verónica pudo reconocer al entonces Fiscal José Luis Jaramillo, el mismo del caso de Los 10 de Luluncoto. Vino a ejecutar un “Acto Urgente” solicitado para el apartamento 42, donde vivían antes. Primero habían ingresado allí y no los habían encontrado.

“El Fiscal Jaramillo me obligó a levantar y sacar a mi hijo de su cama y de su habitación. Destrozaron también la cuna de Martín, sacaron todos los cajones, como si fuéramos delincuentes o narcotraficantes. Se llevaron muchos documentos, lo que teníamos de equipos electrónicos, incluso proyectores que Fernando usaba para dar exposiciones. La computadora de Fernando, con más de 10 mil pdfs, no fue llevada por la Fiscalía sino por la Presidencia. Hasta la fecha no los han devuelto”, sostiene.

Al caos del allanamiento se sumó la desesperación de Verónica porque alguien se llevara a su hijo menor. La policía no dejaba salir ni entrar a nadie, ni a Ramiro García, abogado de Villavicencio. Pretendieron llevarse a Fernando en “delito flagrante”. Una vecina logró alejar al bebé de toda la escena que luego el país vería editada por la Presidencia. Sin embargo, José Emiliano permaneció allí y no la olvida.

A ella le duele que su niño hable de cómo era su vida “antes del allanamiento” y “después del allanamiento”. También que desde entonces, Fernando no haya vuelto a casa, pues al día siguiente dio una rueda de prensa con su abogado y luego partió a Washington a denunciar la invasión a su hogar en organismos internacionales como la CIDH.

En ese entonces, Cléver Jiménez aún era asambleísta, su oficina también había sido allanada y el caso despertó mucho interés y solidaridad con un asesor parlamentario agredido. El Departamento de Estado (EUA) inició el trámite de asilo político a Villavicencio y el 24 de marzo siguiente la CIDH emitió las medidas cautelares.

Pero estas no fueron acatadas. Fernando Villavicencio decidió volver de los Estados Unidos, para enfrentar la denuncia en su contra junto a Cléver Jiménez y Carlos Figueroa buscando la protección del pueblo de Sarayacu. Verónica logró encontrarse con Fernando por una hora antes de internarse en la selva. “Verlo en esa situación me destrozó el alma, pero él estaba contento”.

Puede que haya sido la peor decisión de su vida: la persecución que se había hecho extensiva a Verónica y sus hijos solo empeoró. “Hemos sufrido el acoso de la policía, de carros sin placas. A mi hijo le tomaban fotografías al subirse al expreso escolar”, asegura ella. Hasta que un día uno de los agentes a cargo de seguirlos se metió en el condominio y le preguntó dónde estaba su papá.

El calvario recién iría a empezar. “Envié una carta al defensor del pueblo, luego del allanamiento, y me dijeron que fuera a la Fiscalía, cuando fue la Fiscalía la que me allanó. Mientras vivía en la zona de Calderón, fui a la fiscalía a poner la denuncia sobre la persecución a mí y a mi familia, pero me dijeron que no podían recibir mi denuncia, que fuera a otra fiscalía a ver si me la receptaban”.

Entonces acudió a Elsie Monge en la Comisión Ecuménica de los Derechos Humanos (CEDHU), quien le dijo que al ser un tema político ella tenía las manos atadas, que fuera a una Comisaría de la Mujer a poner una denuncia. “¿Ella recibió un premio (Juan Montalvo 2013) por la defensa de los derechos humanos? Mis hijos se quedaron sin derechos por ser hijos de Fernando, condenados a ser perseguidos, discriminados y vulnerados.” dice Verónica, quien dice que debe defender a sus hijos inclusive de persecuciones de motorizados al estilo de Hollywood en las calles de Quito.

Hoy se ha convertido en la promotora de los libros de Fernando. De eso viven. Ella misma los lleva a las librerías, los vende, factura, hace las veces de editora. Los libros se venden bien, al punto de que ha llegado a pensar si los estará comprando el gobierno. De los tres últimos libros publicados resume que las dos ediciones de “Ecuador Made in China” están agotadas -2.000 ejemplares-; “Los secretos del feriado” estuvo entre los 10 libros más vendidos de Librimundi, y “Sarayacu, la derrota del jabalí” escrito en la clandestinidad, ha vendido 600 ejemplares hasta ahora. “Me lo hicieron fiado y ya se pagó”, dice Verónica.

Verónica siente que ya ha creado inmunidad ante el miedo. En los próximos días prescribe la sentencia, pero presumen que echarán mano de cualquier recurso para que no recuperen su tranquilidad, como el juicio por las denuncias de contratos petroleros documentadas en “Ecuador Made in China”, o por lo que decidan acusarlos como producto del allanamiento de aquel diciembre del 2013.

Cuando la Fiscalía tocó a la puerta de la familia Villavicencio, los esposos dormían desnudos. Verónica piensa que es una infidencia pero le recuerdo que ya no, que cuando Fernando fue entrevistado en el Show de Jaime Bayly más de 10 mil personas nos enteramos. Se ríe. Es bueno escucharla reír. Han sido 15 meses sin hacerlo.

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