Cuba, Estados Unidos y el Guasón

Álvaro Alemán

Alvaro Alemán
Quito, Ecuador

El inesperado huésped de la cumbre de las Américas en estos días resultó ser la Historia. Obama habló de su interés por la Historia durante su intervención y su pronunciamiento fue recogido por varios presidentes latinoamericanos como un desafío personal. Varios presidentes latinoamericanos, apocados tal vez por el importe histórico del encuentro entre Castro y Obama y decididos a exhibir los quilates de su conocimiento del pasado disertaron sobre la carta de Jamaica, las Malvinas, las intervenciones norteamericanas en el subcontinente y de figuras como Jefferson, Lincoln, Bolívar y Torrijos con el apresuramiento de quienes, habiendo abandonado el terreno familiar de la política local, sienten de pronto la necesidad acuciante de pensar el tiempo histórico en voz alta.

Los resultados no fueron afortunados, con pocas excepciones, entre las que destacan precisamente, las de los presidentes de EEUU y de Cuba, los relatos redujeron las relaciones hemisféricas, sobre todo frente a la gran Potencia a instancias de victimización. El reduccionismo de las intervenciones presidenciales, llamadas a dar testimonio de un encuentro histórico, no pudo desembarazarse del electoralismo rampante que reclama aplausos al fin de cada frase y condenas categóricas y fáciles constantes. Abocados a pensar el largo plazo, el longue durée que decía Braudel, la mayoría de líderes de Estado mostraron más bien el mal estado en que se encuentra el liderazgo regional, incapaz de abandonar, aunque sea por un instante y en presencia de una posteridad atenta, la postura aleve y la frase suelta, el juicio prefabricado y el texto escrito.

La cumbre recordaba el famoso dictamen de Marx sobre la repetición de la historia, que ocurre primero como tragedia y después como farsa. A mí en lo personal me hizo acuerdo del argumento de la película favorita de mi infancia: Batman: la película (1966). En ella, el protagonista encapuchado lucha contra el complot urdido por sus tres principales enemigos, el Acertijo, el Pingüino y el Guasón, de secuestrar a los principales líderes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a cambio de un rescate cuantioso. En la película, los líderes mundiales son reducidos—mediante un aparato que los deshidrata—a polvo cristalino de colores. Batman y Robin, luego de largas peripecias por recuperar y re ensamblar a estas figuras, en la batalla decisiva, quiebran los tubos de ensayo que contenían a cada personaje y estos se confunden entre sí, su esencia se filtra y mezcla con la de otros y esto pone en peligro la estabilidad geopolítica global. En el desenlace, Batman logra separar las arenas y reconstituir a los personajes aunque cuando estos abren la boca vemos con asombro el advenimiento de un nuevo babel: los rusos hablan español y los británicos francés, ahí cuando antes los líderes mundiales se mostraban en desacuerdo abierto en sus respectivas lenguas nacionales, ahora lo hacen en lenguas ajenas, todo ha cambiado y a la vez, nada, el desencuentro internacional sigue, pero de otra manera.

Mientras el caos reina en las Naciones Unidas, Batman expresa su deseo sincero de que esta “mezcla de mentes” sea más buena que mala; el dúo dinámico hace mutis de manera discreta por una ventana utilizando la baticuerda.

Traigo a colación esta escena fársica por la participación en esa película nada menos que de César Romero,  actor estadounidense que participó en más de 100 largometrajes durante una larga y prestigiosa carrera en Hollywood, uno de los modelos originales del latin lover . En la década de los sesenta, Romero encarnó la némesis de Batman, el Guasón. Con peluca verde, tez blanca, lápiz de labios carmesí y traje morado, Romero construyó un personaje emblemático para la serie: una figura interesada en el caos más que en el lucro, en la perturbación más que en la maldad. El Guasón, o El Arlequín como a veces se lo denominaba en castellano consistía una nueva clase de villano, inspirado en la figura del embaucador o el pícaro divino de varias tradiciones mitológicas, su objetivo no era otro que sabotear el orden, las reglas y las normas establecidas, su meta era simplemente la transgresión. El Guasón, al igual que el bufón de la baraja, es un comodín, una cifra, una figura enigmática dispuesta siempre a la traición. El guasón es pues, la personificación de la misma historia, inaprensible, fantásticamente inasible, proteica, dispuesta siempre a burlar a quien aspire a encarcelarla.

En 1941, Romero filma Fin de semana en la Habana, una película musical en tecnicolor producida por 20th Century Fox y dirigida por Walter Lang. Ahí, Romero hace el papel de Monte Blanco, el  cazafortunas y representante artístico de la tempestuosa bailarina y cantante Rosita Rivas (Carmen Miranda) que, en problemas de dinero, accede a enamorar a una estadounidense problemática que ha llegado a la Habana en busca de romance. La comedia, llena de enredos y desenlaces complejos y filmada en locación en la capital de Cuba cementa la fama de Romero como tipo: galán latino y bailarín. Fue de hecho su capacidad para el baile lo que le trae sus primeros papeles. No resulta extraño en todo caso que el Guasón sepa bailar bien.

Cuatro años antes, en 1937, Romero filma Wee Willie Winkie, la adaptación al cine de un cuento de Rudyard Kipling, el primer ganador del premio nobel de literatura de lengua inglesa y un determinado creador de personajes pícaros, entre ellos el joven Mowgli, del Libro de la selva. Romero hace aquí el papel del rebelde jefe anti imperialista Khoda Khan, en una historia ambientada en la ocupación británica de la India. Khan hace amistad con la nieta del comandante de un destacamento militar de gran importancia, una niña apodada Wee Willie Winkie como homenaje al gran poema escocés de ese mismo nombre que consiste en una incitación al sueño. Shirley Temple, la primera y tal vez la más famosa de los niños actores, desempeña el papel estelar, en una cinta dirigida por John Ford, el decano de cine de vaqueros estadounidense. Meses luego del estreno de la película, el novelista británico Graham Greene (autor de la brillante novela Nuestro hombre en la Habana, 1958 sobre un sastre que espía para la corona británica en la Cuba de Batista) escribirá una reseña de la película—en la que condena la sexualización de la infancia encarnada por Shirley Temple—que le valdrá un juicio por difamación. En la cinta, el rebelde Khan cede ante la valentía y los encantos de Temple y firma un tratado con el enemigo imperial.

La cumbre de las Américas, además de estar embrujada por la historia, estuvo embrujada por José Martí, el prócer de la independencia de Cuba, periodista, poeta e intelectual latinoamericano que vivió en los EEUU y que tuvo una relación compleja y contradictoria con ese país. La complejidad de la figura de Martí ha sido motivo de permanente debate desde su muerte hace más de cien años, fue un admirador de la democracia estadounidense o un convencido anti imperialista, o ambas cosas, hoy esa dificultad regresa ante el histórico apretón de manos entre Castro y Obama. Martí escribe en sus Versos sencillos una copla que parece hecha a la medida de la cumbre: Yo sé los nombres extraños/De las yerbas y las flores/Y de mortales engaños/Y de sublimes dolores.

El nieto de José Martí, el hijo de su hija María Mantilla y de un italiano importador de maquinaria de refinamiento de azúcar en los EEUU, fue César Romero, el Guasón.

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