Yo prefiero la Shyris con cacerola

Fabricio Villamar
Quito, Ecuador

Cuando en el año 2008 algunos, ciertamente la minoría de este país en ese momento, advertíamos que la Constitución de Montecristi era una herramienta para el control absoluto del poder, los adjetivos no se hicieron esperar: los mismos de siempre, los atrasa pueblos, la partidocracia, la derecha, los banqueros, los que quebraron al país, los de la larga noche neoliberal.

A esa Asamblea Constituyente presidida por Alberto Acosta, fue el excelentísimo Presidente a poner a disposición su puesto, y la Asamblea decidió ratificar en el mandato  a quien unos días más tarde se definía como el “Primer Acostista” de la revolución.

Había un paroxismo que envolvía las calles. La gente no se hizo mayor problema de que los electos para la Asamblea decidan auto prorrogar su mandato para seguir haciendo normas en uso de su facultad como supremos legisladores.

Una Asambleísta instaba a votar por la Constitución de la vida y la alegría, por la Constitución que le daba derechos a la Naturaleza, con ojos llorosos y mucho carmín en los labios decía que a la patria hay que darle el sí, y mil veces sí.

En las urnas el apoyo a esa Constitución bordeaba el 75% de las preferencias.

El Presidente, candidato a reelección en las elecciones inmediatas (2009) ganó en una sola vuelta con más del 50% de los votos, algo inédito desde que el Ecuador se deshizo del penúltimo gobierno totalitario.

En menos de tres años, una nueva consulta para reformar la Constitución de los 300 años nos llevó a las urnas. Preguntaron sobre casinos y toros, pero especialmente tenían interés en el aparato judicial, o mejor dicho, en cómo nombrar un nuevo aparato judicial.

Ganaron en la mitad de las provincias, es decir, perdieron en la otra mitad.

En las siguientes elecciones ganaron nuevamente, con menos margen que las anteriores veces, pero aumentaron el número de legisladores merced al cambio  del sistema de asignación de escaños. Con menos votos, tenían más poder.

En las elecciones seccionales de 2014 el resultado fue diferente. No importa lo que digan, tuvieron menos votos y menos representantes en las ciudades más grandes del Ecuador. Caso especial el de Quito, en donde la pésima administración del candidato oficialista, la burda utilización de todos los recursos públicos posibles y el hartazgo que provocó un estilo de gobierno grosero y prepotente les costó la pérdida del bastión de la clase media. Vale decir, utilizando las formas comunicacionales de los quiteños, Barrera “les dio perdiendo” el respaldo que a punta de bonos y reparto de la riqueza ajena  habían logrado.

Ese tiempo de dominio supremo se acabó.

Ya no convocan a consultas populares. En vez de contra marchas organizan festivales gastronómicos. Se acabó la transparencia que pregonaban para elegir a los miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Se les desgranan los concejales y se les van los aliados que crearon su partido desde el Instituto de Seguridad Social. Tratan de desmovilizar el descontento dando vacaciones antes del primero de Mayo.

Sinceramente, me gustaría que quienes se sienten traicionados, engañados, ofendidos y descontentos con el régimen vayan a la Avenida de los  Shyris el Primero de Mayo y no al centro histórico, pues tengo la certeza de que el número de asistentes será igual o superior al que despidió a Bucaram, Mahuad o a Gutiérrez.

Que vengan también los causantes de este modelo,  ahora arrepentidos. Ellos también son bienvenidos.

Que vengan los líderes políticos que quieran suceder al actual habitante de Carondelet. Podrán sentir su aceptación o no en las llamadas “encuestas de carne y hueso”.

Pero sobre todo, venga usted. Traiga su cacerola, converse con los vecinos, anímese, después de todo, con mucho esfuerzo, a pesar de la persecución y la amenaza que muchos ecuatorianos hemos sufrido, la situación cambió, el momento político cambió.

El Ecuador ya cambió.

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