Mi vida ya no es mía

Miguel Molina Díaz
Quito, Ecuador

Sostiene el Presidente que su vida ya no le pertenece. Que ya no es un hombre, es un pueblo. Que será Presidente el tiempo que la Revolución Ciudadana lo requiera para que ésta sea irreversible. Antes, su aparato de prensa ha difundido que si esto fuera dictadura, sería la dictadura del corazón. Piensa el Presidente que sobre sus hombros un propósito mesiánico le ha encargado la misión de dirigir las multitudes hacia la patria prometida. De parir, por primera vez, la historia ecuatoriana. De ser el antes y el después, la estación y el tren, el miedo y la fe, la noche y el día.

La retórica de eso que llaman Revolución Ciudadana alcanzó niveles escabrosos el domingo 24 de mayo, durante el informe anual a la nación. La alfombra roja, impecable y reluciente, fue el primero de los detalles no solo de una ceremonia suntuosa sino de la aclamación de un caudillo. Y todos sus súbditos, eufóricos, aplaudieron al Presidente luego de cada una de sus frases.

Cada informe anual a la nación es, ya por tradición, una declaratoria de guerra. Nunca un Presidente ha vertido tantos ataques a entes subrepticios como eso que, con asombro, sus copartidarios encuentran en el espejo y llaman Restauración Conservadora. ¿Será la de Mónica Hernández y Alexis Mera?

Nunca un Presidente ha declarado tal cantidad de degradantes adjetivos en contra de la prensa. Y es que ellos son los brutales enemigos: los periodistas. A sus adversarios políticos hace rato los venció. Hoy son los periodistas los que, en una desesperada cruzada por las libertades públicas, siguen increpando e investigando al poder. Haciendo su trabajo.

Son los periodistas –y el Presidente lo sabe– los que interpelaron al primo Pedro Delgado, los que rebuscaron debajo de las piedras las firmas de los Yasunidos y los que desde siempre supieron que lo que se buscaba era una reelección indefinida. Los periodistas, sí, fueron ellos, los que entrevistaron a cada una de las víctimas del fervor: esa larga lista de dirigentes sociales y jóvenes denigrados por la sospecha judicial del correísmo. Son ellos, los periodistas los que, pese a las represalias, los chivos expiatorios, las amenazas y a las superintendencias siguen cumpliendo su deber de auditar los actos del poder público.

La historia del correísmo es cada vez más sorprendente. Han llegado a exigir que diario El Comercio rectifique una noticia sólidamente investigada, es decir, le obligan a que mienta y claudique. Han llegado a sancionar a diario La Hora, con la Ley que ellos íntimamente soñaron, por no cubrir el onanismo de un alcalde cuyo nombre no merece ser incluido en esta columna.

Han llegado a la levedad de convertir al poder legislativo del Ecuador en el circo silvestre de las sombras y los secretos. De blanco y con lentejuelas fue al informe a la nación la legisladora a quién Glas acusa de hechos repudiables y horas antes de detenerla, en ese salón que encarna la democracia, la legisladora se tomaba ‘selfies’ con sus compañeros de partido. Ahí, la señora de las odas y madrigales a los excrementos humanos, esgrimió –entronizando el azar– que está orgullosa de ser la primera Bachiller en llegar a presidir el parlamento ecuatoriano. ¿Estaría Pedro Delgado orgulloso de ser el primer Bachiller en presidir el Banco Central?

Ese mismo salón, cuyo mural Guayasamín pintó en un trance genial de lucidez, ha tenido que soportar que la vicepresidenta de la Asamblea, en un exabrupto que destroza la historia del feminismo, se declare “sumisa”, como Anastasia Steele. ¿Pero qué se podía esperar? Si en este afán por inventar una realidad ficticia, en la que obsesivamente ellos creen, han llegado a lo espeluznante de la dependencia emocional hacia el Presidente.

¿Qué harán –me pregunto yo– cuando esto se acabe? ¿Seguirán siendo tan confrontativos, ya sin guardaespaldas ni choferes ni despachos lujosos? ¿Sin el poder mediático de los medios de comunicación del Estado? ¿Cómo van a vivir sin el poder?

Sostiene el Presidente, y lo repiten a coro cada uno de sus súbditos, que a esta Revolución Ciudadana no la para nada ni nadie, que les robaran todo menos la esperanza, que el proceso es irreversible. Que el corazón con amor está dictando los actos de esa soñada dictadura, que nace en el corazón. Dice, el Presidente, que ya no se debe a sí mismo ni a su familia sino a todos los ecuatorianos. Que con la Ley en la mano se hará respetar. Que la prensa libre e independiente en América Latina es pésima. Piensa, el Presidente, que Patricio Pazmiño es el idóneo para ser juez de la Corte Interamericana. Pero que debe acabarse la OEA. Que no dependemos del petróleo. Que habrá impuesto a las herencias. Que la economía va viento en popa. Esa es la realidad que ha inventado para vivir su vida, esa que ya no le pertenece.

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