Contra la familia y la propiedad privada

Aparicio Caicedo
Guayaquil, Ecuador

La exposición de motivos del Proyecto de Ley Orgánica de Distribución de la Riqueza, enviado a la Asamblea Nacional por la Presidencia de la República, y mediante el cual se busca subir drásticamente el impuesto a la herencia en Ecuador, es como para enmarcarlo. Comienza con una sentencia de pretensiones bíblicas: “Durante la historia de la humanidad, el capital se ha concentrado en pocas manos”. Me imagino que como Adán y Eva concentraron alguna vez el 100 por ciento de la riqueza, pensarán ellos que por eso fueron expulsado del edén socialista. Quién sabe.

Pero ya que nos pusimos históricos, quisiera aprovechar para recordar una historia que a menudo pasa desapercibida y nos podría servir para comprender el origen de los prejuicios ideológicos que informan dicho proyecto de ley: el comunismo, desde sus inicios, ha sido un esfuerzo intelectual expresamente orientado a destruir no solo la propiedad privada, sino también la familia, porque esta para ellos constituye una organización cerrada que aísla al ser humano de la “sociedad” — a la que pertenecen tus bienes, como diría Virgilio Hernández — tornándolo más individualista.

Dentro de la visión comunista, la sucesión hereditaria se presenta como el elemento que permite que su dos instituciones más odiadas — la propiedad privada y la familia monogámica — se perpetúen por generaciones. Y esto lo dejó bien claro ​Friedrich Engels — mecenas y mejor amigo de Karl Marx, cofundador junto a este del “socialismo científico” — quien escribió en 1884 un libro titulado El​ origen de la familia, la propiedad privada y el Estado.

En el capítulo 2 de dicha obra, que Engels veía como la cereza sobre el pastel de la teoría comunista moderna, se señala:

Caminamos en estos momentos hacia una revolución social en que las bases económicas actuales de la monogamia desaparecerán… La monogamia nació de la concentración de grandes riquezas en las mismas manos -las de un hombre-y del deseo de transmitir esas riquezas por herencia a los hijos de este hombre, excluyendo a los de cualquier otro… Pero la revolución social inminente, transformando por lo menos la inmensa mayoría de las riquezas duraderas hereditarias -los medios de producción- en propiedad social, reducirá al mínimum todas esas preocupaciones de transmisión hereditaria.

Engels nos advierte que no tengamos miedo a este cambio, porque de nuestros hijos se encargará la sociedad “con el mismo esmero” que nosotros y encima las mujeres podrán unirse al hombre que en verdad aman sin tener que “prostituirse” casándose por conveniencia financiera. Apunta textualmente el ideólogo marxista:

En cuanto los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también. La sociedad cuidará con el mismo esmero de todos los hijos, sean legítimos o naturales. Así desaparecerá el temor a “las consecuencias”, que es hoy el más importante motivo social -tanto desde el punto de vista moral como desde el punto de vista económico- que impide a una joven soltera entregarse libremente al hombre a quien ama. ¿No bastará eso para que se desarrollen progresivamente unas relaciones sexuales más libres y también para hacer a la opinión pública menos rigorista acerca de la honra de las vírgenes y la deshonra de las mujeres?

Quizá el empleo de la palabra “comunismo” para referirme al proyecto de ley que busca hoy imponer un impuesto a la herencia en Ecuador suene un poco a macarthismo paranoico. Pero no es mi intención decir que con esa reforma nos volveremos automáticamente Corea del Norte. Lo que quiero destacar es el origen intelectual de un prejuicio presente en el ADN ideológico de la doctrina socialista con relación a la herencia. Y ello a pesar de que quizá pocos o ninguno de quienes promocionan dicho proyecto de ley hayan leído ese libro de Engels. Quizá la mayoría no sepa ni quién es Engels. Pero a menudo, como dijo sabiamente John Maynard Keynes, gobernantes y gobernados somos esclavos sin saberlo de ideas y prejuicios formulados hace siglos, por personas que ni conocemos. Mejor concluyo citándolo al propio Keynes:

“…las ideas de los economistas y filósofos políticos, tanto cuando son correctas como erróneas, tienen más poder de lo que comúnmente se entiende. De hecho, el mundo está dominado por ellas. Los hombres prácticos, que se creen exentos de cualquier influencia intelectual, son usualmente esclavos de algún economista difunto. Locos con autoridad, que escuchan voces en el aire, destilan su histeria de algún escritorzuelo académico de uno años antes. Estoy seguro que el poder de los intereses creados es vastamente exagerado cuando se lo compara con el gradual avance de las ideas. No, por cierto, en forma inmediata, pero luego de un cierto intervalo; porque en el campo de la economía y la filosofía política no hay muchos que sean influenciados por nuevas teorías luego de sus veinticinco o treinta años de edad, por lo que las ideas que los funcionarios públicos y políticos, y aun los activistas aplican a los eventos actuales no es probable que sean las últimas. Pero, tarde o temprano, son las ideas, y no los intereses creados las que son peligrosas para bien o para mal”.

* El texto de Aparicio Caicedo ha sido publicado originalmente en su blog.

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