Autogol

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

Ya casi no hay gente con dos dedos de frente que se adscriba sin crítica mayor al proyecto político que al Ecuador le toca sufrir. Así, entre los más entusiastas, es posible observar a un internacionalismo político que quiere plantarle cara a la ortodoxia hiperliberal y oligárquica que ha tenido el poder en el país (pero que ha replicado muchos de sus vicios) y, desde luego, a quienes lucran en un cargo bien pagado. También los que tienen a su línea de negocios apadrinada o quienes han realizado, desde la academia, reflexiones probablemente insuficientes sobre el carácter de la transformación política y económica que es necesaria .

A todos estos actores interesados, legítimamente o no, en la estabilidad del correísmo, se les puede sumar una retahíla de errores de cálculo, que a mí me parecen principalmente deficiencias ideológicas o acomodamientos impertinentes, emprendidos por el gobierno en los últimos meses: hipertrofia del Estado censurador, opacidad y doble contabilidad en las transacciones de deuda externa, planificación familiar misógina y conservadora, desprecio por la cuestión ambiental, persecución a los movimientos sociales, corrupción interna, esquizofrenia en las alianzas internacionales. Y por último, una ley de herencias que no ha recurrido el debate sobre la naturaleza del patrimonio y la propiedad, sino a la descalificación instantánea. El más gracioso, aunque a su vez triste, de los recursos del gobierno y sus seguidores, ha sido enviar enlaces con una calculadorita para que cada uno, según su conveniencia, estime si está a favor o en contra de la nueva ley. No a favor de un proyecto de manejo del patrimonio; más bien de lo que le convenga a cada cual.

Pese a todo esto, no son éstas las razones que han provocado la concentración de los sectores más pudientes de capital para protestar en contra de Correa. Después de un par de días de estar allí, me parece que la naturaleza de las quejas y la rabia es bastante diferente y está basada en tres pilares: prejuicio, desinformación y lucha de clases. Y un olvido o una afasia terrible en tema de memoria histórica. Y un oportunismo sagaz, un olfato intacto para pescar a río revuelto.

Las concentraciones de Quito distaban de parecer una agenda puntual de reclamos al gobierno: parecían exigir, al más puro estilo dieciochesco, los derechos que ciertas clases pensaban que les estaban dados por naturaleza. Estas manifestaciones, donde Correa pasa de “resentido social” a “comunista”, giran en torno a la recuperación de un sistema históricamente injusto, falazmente “libre” (dicen que les han quitado la libertad) y, en la devolución de, signifique lo que signifique, la “dignidad”.

Correa no ha devuelto la dignidad al país (que un país sea digno o no me parece una discusión estéril y peligrosamente nacionalista), pero tampoco le ha quitado su libertad. Correa no es comunista; de hecho, si algo hay que criticarle, es su servilismo a conglomerados empresariales, como Nobis o el grupo Eljuri. Correa no quiere que esto se vuelva como Venezuela: lo que a este paso logrará, es acabar con la biodiversidad, la meritocracia de la que tanto habla y con las posibilidades electorales de cualquier izquierda o progresismo laico. Con el tejido productivo del país ya se encargó de acabar la dolarización, que le volvió adicto a los bienes importados y perezoso en innovación, inversión, ahorro y productividad. Y, por cierto, las élites que ahora protestan, que en muy pocos casos tuvieron emprendimientos transparentes que dieron empleo digno y repartieron de forma equitativa los beneficios.

Sin embargo, estas reflexiones están totalmente ausentes de las cabezas de la mayoría de las personas que han ido a protestar, un grupo homogéneo, prejuicioso, tradicionalmente blanco, históricamente privilegiado. No es de esperar menos: las élites ecuatorianas (así como las nuevas élites correístas) son zafias, de razonamiento elemental, dadas poco a la duda y sí a la ostentación y la reproducción endogámica. No es de esperar menos: las élites ecuatorianas piden un país a su justa medida, cuando miles de ellos mencionan que prefieren a Febres Cordero o cuando están en contra de las cuotas de diversidad étnica. Seguro no les mataron a ningún familiar a mediados de los ochenta o les discriminaron por tener un apellido de poca injerencia.

Autogol, entonces. Porque para capitalizar políticamente pedidos para que esto continúe siendo una hacienda no se sumará mucha gente más. Yo, ni en sueños.

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