Cuidado se queman

Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

El pueblo perdió la paciencia: el pretendido aumento de los impuestos a la herencia y a la plusvalía, temporalmente aplazado por un Presidente arrinconado ante la presión ciudadana, es solo la gota que derramó el vaso de la paciencia popular. La gente se ha volcado a las calles en varias ciudades del país, por su rechazo a pagar más impuestos que amenazan el esfuerzo de las familias. Pero esta solo ha sido la chispa que encendió una larga mecha, tejida con insistentes metidas de mano al bolsillo de los ecuatorianos: quitaron el 40% al seguro social en perjuicio de los jubilados, quitaron los ahorros a más de 146 mil maestros, quitaron beneficios salariales a funcionarios públicos en Galápagos, quitaron las utilidades a los empleados de las telefónicas, quitaron la atención de salud a amas de casa obligadas a afiliarse al IESS. Y una larga lista de etcéteras.

La indignación masiva empeora cuando el atropello a todas las clases sociales del país lo comete el gobierno que más plata ha recibido por la bonanza petrolera y, al mismo tiempo, el que más nos ha endeudado en toda la historia nacional: en mayo de 2015 la deuda pública alcanzó el récord de 32 447 millones de dólares, más del doble de los 13 872 millones a que llegaba a final del 2007, todo según cifras oficiales.

La realidad es testaruda: el dinero se acabó y, con él, se acabó la Revolución. La fiebre en la calle y la inocultable chirez del régimen advierten el principio del fin de un modelo económico y político que resulta insostenible. Y luego de la farra petrolera, en vez de rectificar —apoyando al sector privado y abriendo las puertas del diálogo—, una Revolución con chuchaqui hoy se vira contra el pueblo para sacarle más plata por todos los frentes que uno pueda imaginar. Es decir, a una crisis fiscal y política, el Presidente pretende añadirle una crisis social. La solución es tan suicida que solo se explica por la arrogante ceguera del poder.

Ante ello, la prioridad es pensar en el futuro del país. Lo ideal es que Rafael Correa corrija lo que pueda, haga las maletas y se vaya el 2017. O, en su defecto, ya que desafía ahora con consultas populares, convoque a aquella que casi todo el Ecuador espera: la consulta sobre la reelección indefinida. Hasta entonces, la sociedad merece un urgente giro económico: en vez de meter mano al bolsillo de los ciudadanos para engordar a un Estado obeso, la Revolución debe ponerse a dieta y Rafael debe amarrarse la correa. Es absurdo justificar más impuestos con la muletilla de la redistribución mientras el gobierno derrocha la plata en sabatinas, en un imperio mediático de propaganda, en una burocracia faraónica y en el yoga de Freddy Ehlers. Qué paradoja: mientras la gente protestaba por la subida frustrada de impuestos, el presidente Correa viajaba con 41 personas a Europa, tuiteros incluidos. La Revolución debe recuperar la vergüenza, escuchar el clamor ciudadano y rectificar. De lo contrario, el llamado de Rafael a un debate de oídos sordos puede equivaler a jugar con el fuego popular. Un juego donde puede salir quemado. Aún están a tiempo de evitarlo.

Twitter: @hectoryepezm

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