El sordo de Carondelet

Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

Ya somos cientos de miles los ecuatorianos que hemos quemado suela en las calles para protestar contra el modelo correísta de la Revolución Ciudadana. Un modelo con dos frentes. El primero es político: la Revolución correísta ha instaurado un régimen autoritario —que Montalvo habría bautizado como la Propaganda Perpetua— donde el caudillo controla todos los poderes, persigue a los medios y aplasta las libertades civiles. El segundo frente es económico: luego de ganarse la lotería con la mayor bonanza petrolera de la historia y llevarnos al mayor récord de deuda pública también de la historia (más de 32 mil millones de dólares), la Revolución correísta se ha quedado chira y hoy raspa la olla contra el pueblo para mantener una burocracia faraónica y un gasto público exorbitante. En otras palabras: tuvieron más plata que nunca, nos endeudaron más que nunca, pero aun así no les alcanza. No debería sorprenderles que el pueblo esté cabreado.

Lo insólito es que, pese a lo masiva de las protestas, el sordo de Carondelet no se da por enterado. (Ni hablar de los sumisos asambleístas…) Las respuestas del poder son volátiles. A veces dice que se trata de unos cuantos pelucones, un grupúsculo, el 2% de la población. Otras veces afirma que son muchos pobres manipulados por un puñado de políticos. ¿Es el 2% en la calle o el 98% manipulado por el 2%? Ya nadie entiende nada. Y el colmo de la osadía: el presidente llegó a afirmar que las protestas se deben a la publicidad millonaria de la oposición. Lo dijo él mismo, que ha revolucionado —eso sí— la propaganda estatal gastando cientos de millones de dólares en cadenas infinitas, sabatinas interminables y el imperio mediático más grande del país.

Ahora bien, más allá de que la tesis del Presidente es insultante —si la mayoría protesta por manipulación, ¿entonces Rafael sugiere que el pueblo es imbécil?—, lo cierto es que las encuestas revelan que más del 70% del país está en contra de aumentar los impuestos a la herencia y plusvalía, que son la cereza del pastel en una sistemática metida de mano, cada vez más profunda, al bolsillo ciudadano. No se puede tapar el sol con un dedo: el pueblo ha decidido despertar antes de que lo verde se vuelva maduro y Ecuador caiga en el abismo venezolano.

Frente a ello el Presidente solo tiene dos opciones. La primera es continuar por el mismo camino que ha encendido la llama del clamor popular: invitar al diálogo mientras insulta a quienes discrepan, seguir defendiendo la necesidad de impuestos confiscatorios, insistir en el discurso fratricida de lucha de clases. La segunda es lavarse bien los oídos y escuchar la voz del pueblo: abrir un diálogo auténtico y sin condiciones, rectificar su política económica, reducir el gasto público, tender la mano al sector privado y respetar la diversidad democrática.

La pelota está en la cancha de Carondelet y la suerte del correísmo hoy depende de su propia arrogancia. Pero sea cual sea la decisión del caudillo, hay un hecho que ya no pueden controlar: el pueblo no come cuento y les perdió el miedo. El diálogo ahora es en la calle. Y no tiene marcha atrás.

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