Propuesta para el diálogo

Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

Sí. Hace falta diálogo, porque Ecuador está en problemas.

La inflación llega casi al 5%, un verdadero milagro ecuatoriano: antes la inflación ocurría porque el sucre perdía valor, hoy se produce con un dólar que vale cada vez más en el mundo, pero en Ecuador sirve para comprar cada vez menos, gracias a la magia económica de la Revolución. Según el último reporte oficial, el “empleo inadecuado” llega al 49%. Las salvaguardias le han dado 250 millones de dólares al régimen en recaudación tributaria, pero su objetivo fracasó: en el 2015 se duplicó el déficit comercial. El gobierno con más plata y petróleo de la historia también ha alcanzado la deuda pública más alta de la historia, que hoy supera los 30 mil millones de dólares. El reciente acuerdo con Irán bajará aún más el precio del petróleo. Y ante la crisis fiscal del sector público, que hace piruetas para raspar la olla por todos lados, el sector privado se ha paralizado por la incertidumbre sobre los impuestos —que han sufrido 12 reformas en 8 años y medio— y por la sordera de Carondelet ante las protestas en todo el Ecuador.

Al golpe económico se suma el descontento político frente a una Revolución que insiste en eternizarse en el poder, reformando la Constitución en contra de la voluntad del pueblo. Y a los reclamos se van sumando tantos y tantos grupos afectados, desde los médicos que protestan por un decreto que estatiza los precios a la salud privada, hasta los gobiernos locales amazónicos que se rebelan cuando los condicionan a recibir fondos públicos solo si apoyan la explotación del Yasuní, pretendiendo institucionalizar el chantaje como política de Estado.

Todos estos problemas los podemos superar mejor juntos que divididos. Como diría Sabina, para dialogar nos sobran los motivos. Pero el diálogo solo es posible si hay dos partes dispuestas a escucharse. Y si, luego, tienen la voluntad de actuar sobre lo dialogado. ¿Existe esa voluntad en el Ecuador? Hay factores de desconfianza ¿Es creíble el llamado de una Revolución cuyos “diálogos” anteriores fueron shows para legitimar el atropello a derechos de los ciudadanos, como pasó con los periodistas o los maestros? ¿Tiene sentido un diálogo donde el régimen, de entrada, se proclama dueño absoluto de la verdad, mientras acusa al resto de drogados, borrachos y golpistas de mala fe, a quienes ahora encima culpa de los actuales problemas económicos? ¿Es coherente que alcaldes, prefectos, ministros y asambleístas de Alianza País hoy insistan en un diálogo sin exclusiones, mientras su caudillo persiste en el insulto a quienes piensan diferente? ¿Están los actores civiles y políticos dispuestos a dialogar con mandos medios en un país sin división de poderes, donde todos sabemos que el único dueño del circo se llama Rafael Correa?

Las dudas son muchas y fundadas, pero el diálogo no es imposible. Y si en verdad el régimen quiere abrirlo, debe dar señales claras: no con mesas ni discursos, sino con hechos concretos. Primero, debe dejar la confrontación verbal. Segundo, no puede excluir a ninguna persona: hay que invitar a quien está en la otra orilla. Tercero, tampoco puede excluir ningún tema: hablemos no solo de reformas tributarias, sino sobre el modelo económico, las enmiendas constitucionales y la reelección indefinida.

De lo contrario, el monólogo del Presidente y sus acólitos continuará, magnificado por un imperio mediático que, pagado con impuestos, pretende subestimar la inteligencia del pueblo, mientras cientos de miles de ecuatorianos seguimos dialogando en el único espacio libre que nos queda: la calle.

Twitter: @hectoryepezm

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