Sic transit gloria mundi

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

“Sic transit gloria mundi”, las glorias de este mundo son pasajeras. En alguna parte leí que durante las ceremonias de coronación de un nuevo Papa, que son más que fastuosas, atrás del pontífice va un monje repitiéndole de tanto en tanto esta frase para que no se encandile con tanta pompa, tanto lujo, tanta solemnidad. No puedo asegurar que esto sea cierto, pero sí tiene razón de ser.

La transitoriedad de las glorias mundanas pude verla con dos nudos en la garganta: uno por la congoja, el otro por la indignación que me producía la injusticia del momento. Frente a la pantalla de televisión, vi cómo una de las figuras más queridas de toda España, madridistas o no, Íker Casillas, entraba solo, sin que nadie le acompañara, por una puerta lateral, a la sala donde se realizaba una reunión de prensa convocada para despedirse del club, el Real Madrid, en el que jugó desde que tenía 10 años y durante la última década, por lo menos, uno de los jugadores que hicieron posible la conquista de todos los trofeos más importantes del fútbol europeo.

Había que verlo, con su equipo, llegar a Madrid después de haber conquistado uno de esos premios, en un autobús de dos pisos, el segundo al aire libre, aclamado por centenares de miles de personas apostadas a los lados de las calles por donde iba a pasar la comitiva, para culminar frente a la Fuente de la Cibeles, el lugar más emblemático de Madrid, donde Íker le colocaba sobre los hombros a la diosa frigia griega, la diosa de la Madre Tierra, la bandera del club.

Poco o nada entiendo de fútbol para analizar las causas que produjeron el alejamiento de Casillas de su club y su traspaso al Oporto de Portugal. Opiniones de aquí, opiniones de allá, la integridad moral del jugador terminó imponiéndose y le dijo al presidente del club que le firmara el traspaso que ya se marchaba. Lo que fue a todas luces injusto es que lo hayan dejado ir de esa manera, solo, con los ojos llenos de lágrimas, olvidándose ellos todo lo que fue para el Real Madrid. Tan mal sentó en la opinión pública este desprecio, que rápidamente se organizó una despedida más o menos oficial, pero el daño estaba hecho y no se logró borrar la injusticia que se había cometido con él.

Con pocos días de diferencia, en una reunión de prensa, el presidente de la FIFA, el suizo Joseph Blatter, comunicó que en febrero se realizarán las elecciones de donde saldrá su sucesor. Un desconocido, que estaba entre los presentes, le arrojó un puñado de billetes falsos como manera de protesta por la cadena de corrupción que encabeza y que se extiende por todo el mundo con la misma facilidad que el “rey de los deportes”.

Las veces que discutí sobre el significado que tiene el fútbol dentro de nuestra sociedad me expusieron, a su favor, argumentos tales como la formación del carácter de sus jugadores, el desarrollo de la camaradería, el espíritu de equipo, el sentido de competición sana, etcétera. Teniendo a la vista estos dos casos, el desprecio con que fue tratado un hombre ejemplar, honesto, generoso, entregado en alma y vida a su equipo, y enfrente a quien no ha dudado en cobrar y pagar millones de dólares en sobornos en nombre de ese deporte que “enloquece a las multitudes“, ¿qué actitud tomar? ¿Qué decirle a nuestros hijos? ¿Imítale a Íker Casillas para ser tirado a la cuneta cuando ya no le resultes útil a tu club; o imítale a Blatter, y a otros que conocemos bien de cerca, y terminarás disfrutando de la fama y la fortuna? Es que las glorias de este mundo, más que ser pasajeras, son dolorosamente injustas.

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