Crónica de una Big Bang o un poema hard core

Cristian López Talavera

Cristian López Talavera
Quito, Ecuador

La mañana tiene la claridad de las palabras. Abre la luz y esparce polvo en los huesos de sus creyentes. Las seis de la mañana, en Quito, tiene la música de los sordos. Los sonidos retornan al oído. Buses que abren sus puertas a personas semidormidas, que se refugian en un asiento como si en ella estuviera el sueño de su felicidad. Automotores y taxis que van poblando las calles. Gente taciturna, que de a poco, retoma sus rutinas. Entre ellos, soy uno más. Apuro mi paso para poder llegar a mi sitio predestinado.

Duele el recuerdo, por eso intento pensar en lo que observo, pero es difícil dejar el recuerdo a un lado. Tengo carne de memoria. Son las siete de la mañana y empiezo mis labores cotidianas, aunque por momentos dejo y me pongo a leer a Juan Villoro, y sus crónicas en torno al fútbol, sus reflexiones ante dioses semidesnudos que van detrás de un balón.

El centro de mi memoria trae a colación a la poeta colombiana Daniela Prado, ahí en ese hueso del recuerdo, sé que le invité a almorzar, antes de su regreso a Colombia. El alcohol y los cigarros no le permitieron retornar antes, junto a su amiga Natalia.

No puedo trabajar sin escuchar heavy metal, y en la computadora pongo a Hellowen, banda alemana, que me trae varios recuerdos de mi etapa de colegio. Su llegada a Ecuador, y los pocos, casi nadie en su concierto, mis 15 años y pasar dos horas a las puertas del hotel, solo para verlos y poder tener una firma y así comprar la entrada a 15 dólares (¿15 el número mágico?). El coliseo Rumiñahui, desde ese momento, tiene el silencio de los inocentes.

Así transcurren las horas, hasta que recibo la llamada de Daniela y quedamos en vernos por el parque El Ejido para almorzar. Regresamos a mi trabajo para poder compartir con Daniela mi libro Bajo las alas hay un hombre y otros libros de Literatura Ecuatoriana. Tomamos un café, conversamos de varias cosas y nos fuimos a mi domicilio a tomar un par de cervezas. Ahí, conocí su plaquette Big Bang, un libro manual, producido por la poeta misma, una edición sencilla, pero muy cuidada.

Antes de mirar la película Forres Gump, abro los textos y encuentro la frase con la que inicia la plaquette “Tengo el silencio construido con perlas/ y huesos en polvo/ Aquí los peces remueven las palabras”, la imagen de la luna, a través de mi ventana, estaba incrédula ante la manifestación de las líneas que acaba de leer. Bien lo dice Ducase “Es hermoso mirar los despojos de las ciudades/ pero mucho más hermoso es mirar los despojos de los hombres”, y Daniela Prado lo sabe:

“Quiero creer en los niños

Como pájaros salvajes

Quiero creer en las palabras

Como mundos paralelos

…para que nos observen desde el cielo”

El encuentro con Daniela Prado fue muy corto, pero significativo. Observamos, desde la ventana de mi cuarto, a la ciudad. Con nuestras miradas realizamos un paneo, nos memorizamos la imagen de Quito. Esa imagen que siempre está acompañándonos, porque Quito tiene el rostro del innombrable: jamás lo perdemos. Se queda y se va con nosotros.

Igual, recuerdo a Galo Galarza, quien al hablar de las ciudades, reflexionaba que eran los hombres y mujeres quienes habitan estas ciudades y, son ellos, quienes siembran los terrores. Pero también construimos el amor, desde nuestra inocencia. Pero también, son las palabras donde el ser humano construye una ciudad y la habita: “Una boca espera su poema/…un poema quebrado/…Un hombre/ piensa en los niños alados que alcanzan el sol/ Un niño es una estrella de agua que arrastró una cometa”. Big Bang es ese choque, el abrir de un nuevo mundo, un mundo de esperanza. Cierro la ventana de mi cuarto, prendo un cigarro y el humo se va convirtiendo en un poema roto, no escrito, pero que vaga en la memoria, en ese pasado ausente, que siempre termina en el futuro que odiamos, en ese allá.

Y es así como Daniela fue parte de ese terror de Quito. Cerca de las nueve de la noche se despide con una caída por las gradas “asesinas” de mi casa, como la llamó la poeta. El poema tiene el vacío de los ataúdes, niega nuestras ausencias, pero el poeta alcanza ese vacío de Dios y escribe, desde la memoria. Daniela, toma un taxi y se aleja a lo desconocido, yo leo la luz de su poema.

A veces quiero creer en un poema que no tenga miedo al sistema, que no se venda al poder, como muchos poetas cerdos que le lamen las botas al poder ¿nombres? Para qué, están identificados. Solo mirar sus estados de facebook, sus poemas al gobierno de turno. A veces quiero creer en un poema con una metralleta en mano y dispare sus palabras al sistema de turno. Quiero creer en un poema libre: “Lloro este siglo como si fuese el último/ temo mi vida como un suceso fracasado/ Beso a una piedra y me aferro a ella/… Pienso en un indio milenario/ que me bendice desde el pasado”.

Cierro el libro como cierro la historia. Empieza Forres Gump, miro a Tom Hanks con cara de niño roto. Me recuesto en mi cama, que chirría a cada jadeo. Dejo en el velador el libro de Daniela Prado. Dejo que Tom Hanks sea parte de mi noche, que su historia me pertenezca, como pertenezco a esta ciudad que no quiere alejarse de mí.

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