La anguila enjabonada

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

El propósito del mentiroso es impedir que lo vean tal cual es y que se sepa qué es realmente lo que ha hecho y lo que hace. Pero, como dicen, la mentira tiene patas cortas. Y eso con respecto a cualquier tema, pero mucho más cuando se refiere a la economía. En este campo las patas son muy cortitas y por una razón muy simple: dos más dos son cuatro, les guste o no a los mandamases o mentirosos de turno.

He ahí un pequeño detalle que lo deberían tener muy en cuenta unos cuantos presidentes latinoamericanos que a caballo de una relación de intercambio muy favorable, por el fuerte aumento de los precios de las materias primas, se han graduado poco menos que de premios Nobel de Economía. (Aunque, en realidad, hay cada Premio Nobel de Economía que no sé si sirven de ejemplo para el caso).

La cuestión es que más de un “milagro” se puede venir abajo (por más que lo pueda santificar el papa Bergoglio, que no hay que descartarlo). Tal lo que ha ocurrido con los milagros venezolanos y brasileños.

Lo de Venezuela es catastrófico, para dolor del pueblo venezolano, la alegría de sus grandes aprovechados y ante la indiferencia cómplice de tantos que se hacen los bobos.

Lo de Brasil, con Lula, el gran milagrero, y su heredera Dilma Rousseff, anuncia a su vez una explosión de magnitud.

Es que, como decíamos, dos más dos son cuatro, y ahora parece que los números demuestran que lo que Lula contaba no era cierto. Aumentó la desocupación (paro) del 4,8% al 6,9%, se prevé una inflación anual de casi el 9% (8,89) por encima de las metas, y una caída del PBI del 1,5%.

Los número cantan; y la gente también. Según una reciente encuesta, solo un 7,7% de los brasileños aprueba al gobierno de Dilma. Es el porcentaje más bajo que se conoce para un presidente. Pero los encuestados no se quedan ahí: el 62,8% apoya el juicio político –“impeachment”– para destituir a la presidenta.

Y no se trata solo de los números de la economía; están también los de la corrupción con el caso Petrobras a la cabeza, cuyas cifras definitivas, de miles de millones de dólares, todavía no se han ajustado y que supera largamente a “otro grande”, como lo fue el del “mensalao” (compra de votos de congresistas con dineros públicos) durante el primer gobierno de Lula. Y esto sin mencionar otros casos de venta de influencias y enriquecimientos vertiginosos de hijos y familias enteras, que involucran a Lula, en un “fenómeno” similar a lo que viene ocurriendo con la familia Kirchner en Argentina o los Chávez en Venezuela, por citar a los más conocidos, o de los que por ahora se sabe.

Siete de cada diez brasileños (69,2%) cree que la presidenta Dilma es una de las responsables de la corrupción en Petrobras y una porcentaje muy similar (65%) lo culpa también al expresidente Lula.

No obstante lo claro que creen tenerlo, los brasileños son escépticos: un 67,1% piensa que no habrá castigo para los involucrados (entre estos Lula y su heredera Dilma, según sus conciudadanos).

La gran mayoría cree que Dilma no será destituida, por cuanto sería un costo político y de imagen muy grande para el país, dada la promoción y efectos que tendría en todos los planos un escándalo de tamaña consecuencia. “Entre los políticos se arreglan”, dicen.

En cuanto a Lula, hasta ahora se ha librado bastante bien, pese a lo “cerquita” que ha estado de todo los “escándalos”. Nadie se explica cómo “no vio” nada. No en vano cada vez más se populariza el apodo que le han endilgado sus enemigos de “anguila enjabonada”, pez que es muy difícil de retener con las manos.

¿Habrá que hablar de cosa juzgada? En fin, igual hay que esperar más números: los de la economía, los montos de la corrupción, la cantidad de legisladores involucrados y de empresarios que irán a la cárcel, y también a cuánto llegan las riquezas del hijo de Lula, sobre el cual se acentuarán las investigaciones, según la prensa del Brasil.

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