Algo va a pasar

Danilo Arbilla
Montevideo, Uruguay

En este pueblo va a pasar algo, como contaba Gabriel García Márquez.

Este pueblo, son “las Américas”, y lo que va a pasar ya es más difícil de predecir. Pero es seguro que algo va a pasar: el clima de incertidumbre, la confusión que reina, arriba y abajo, y la creciente efervescencia popular lo anticipan.

Y vale para todos. En el Norte con la irrupción de Donald Trump —quién lo iba a decir—, que crece en las encuestas y gana titulares y horarios centrales impactando con sentencias y “provocaciones” calculadas, mientras los medios y periodistas lo acogen con poca prudencia y sin tener en cuenta experiencias pasadas (los inicios del macartismo, lo alcanzado por Hugo Chávez, más allá de sus derroches de petrodólares, y la campaña de Podemos entre los españoles).

Ello sucede mientras el presidente Barak Obama busca guirnaldas que brillen y adornen sus solapas sin cuidar que no se le seque y se le pudra el árbol sostén, razón por la cual muchos de sus detractores lo ven como uno más de los tantos “outsiders” que los electores escépticos y desilusionados llevaron a las sillas presidenciales por todo el continente. Incluso hasta lo asimilan al español Rodríguez Zapatero, quien mientras en desafío tonto no saludaba la bandera de EE.UU., hablaba de “diálogo de civilizaciones” y negaba la crisis, hundió a España económicamente y le generó un caos y confusión que hoy se refleja con virulencia en el amplio espectro de partidos políticos, viejos y nuevos, que pueblan la cartelera y el furor de los “nacionalismos”.

En el Sur, los casos de Venezuela y Brasil son sin duda los más llamativos en todo este barullo.

Se prevé que en Venezuela en diciembre ganará la oposición. Pero el chavismo ya perdió unas elecciones y sin embargo sacó más diputados. Por lo tanto no sería de extrañar que se repita: las autoridades electorales son las mismas, no se permiten observadores, se proscriben candidatos, se amenazan y compran votantes. Es notorio, además, que Maduro no considera renunciar. Lo suyo es elocuente: denuncia conspiraciones de todo tipo, ha decretado el estado de excepción (de sitio, digamos), inventa problemas limítrofes, cierra fronteras, da más poder e impunidad a sus “brigadas populares” (grupos de choque fascistas, digamos), y hasta ha establecido “horarios restringidos” para las colas (es de locos). Esto es, todo lo que está en el libreto para seguir en el poder, como sea y con la bendición de la Unasur seguramente, lo que también estaría en el libreto.

Es más trascendente aún lo de Brasil, porque no está claro lo que va a pasar y mucho menos cómo va a influir lo que allí ocurra en el resto del continente. Porque así como Lula, pese a que por ahora va esquivando el bulto, fue el artífice de todo esto que hoy le cargan a la presidenta Dilma Rousseff, también Brasil ha sido el impulsor y sostén, favorecido durante un ciclo inusualmente largo por los buenos precios de las materias primas, de la marea neoprogresista y populista y la proliferación por el hemisferio de gobiernos electorales no democráticos. Más allá de las encuestas —con Dilma por el piso—, los escandalosos casos de corrupción con el PT a la cabeza, y la crisis económica, es difícil saber sobre los días por venir. Es que también existe incertidumbre respecto a las alternativas, es decir, a la oposición. Las dudas, desconfianza y temores con respecto a los sustitutos contribuyen, a su vez, a la confusión y estanca y atrasa todo.

Y eso pasa en Brasil, en Venezuela, en Argentina y en casi todos lados: la oposición ha resultado ser la mejor aliada de los gobiernos. Se trata de un elemento casi decisivo, que alimenta las dudas sobre lo que va a pasar, de la misma forma que ha sido una de las razones que ha impedido que pase lo que ya debería haber pasado.

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