Apostillas a «El Libro flotante»

Carlos Arcos Cabrera
Quito, Ecuador

Nadie lanza un libro al agua… Nadie. Nunca. Jamás.
Leonado Valencia, El libro flotante

Nueve años después de su primera edición en Funambulista (Barcelona, 2006), y Paradiso (Quito, 2006) el prestigioso sello editorial Penguin Random House publicó en junio de este año, una nueva edición de la novela El libro flotante, de Leonardo Valencia, sin duda, uno de los mayores exponentes de la literatura contemporánea de Ecuador y Latinoamerica. Su obra de ficción abarca La luna nómada, cuya lectura recomiendo vivamente, El desterrado, Kazbek, y por cierto, El libro flotante de Caytran Dölphin (su nombre original). También destaca por su obra crítica, El síndrome de Falcón, con sus puntos de vista provocadores y lúcidos sobre la literatura en general y especialmente, sobre la ecuatoriana.

El libro flotante es lo más ambicioso y logrado de la narrativa de Leonardo Valencia. Esto ha sido ampliamente reconocido por la crítica académica en las voces de, entre otros, Wilfredo Corral y Antonio Sacoto, sin duda los críticos canónicos de la literatura ecuatoriana. Creo preciso recordar sus opiniones sobre la novela. Corral, en la reseña que publicó en World Literature, señalaba «La conclusión feliz es que la más fuerte crítica El libro flotante de Caytran Dolphin es también su mayor elogio». Antonio Sacoto considera que la novela es la «obra maestra» de Leonardo Valencia: «Su composición es un plan infinito de audacia, alegremente premeditada, elaborada y consumada, sin ser ni arrogante, ni petulante; es audaz, casi atrevida, pero su lectura es un festín». ¿Se puede esperar más?

La recepción en España también fue muy positiva, en tanto que en Ecuador  fue más bien, por decirlo de alguna forma, distante, más allá de un par de elogiosos artículos, en especial el de Joaquín Hernández Alvarado publicado en el diario Hoy, en septiembre de 2006. Es algo que no nos debe llamar la atención. En su momento no se lo valoró en su verdadera dimensión, en su importancia específica, en su condición de un texto que marca un hito en el devenir literario nacional.

La novela recurre a dos poderosas imágenes. La primera, la de un hombre, Iván Romano, que arroja a las aguas del lago Albano el único ejemplar del libro Estuario, cuyo autor es Caytran Dhölpin, seudónimo del hermano mayor de los Fabbre, protagonistas centrales de la historia. Al ser descubierto por una niña que juega en la orilla, debe salvar el libro. La segunda, la de Guayaquil, sumergida por una marea que sube y que no descenderá nunca más, convirtiendo en islotes los cerros de Urdesa y Mapasingue. Los antiguos habitantes, los residentes, así se los llama en la novela, hacen su nueva vida sintiendo la presencia cotidiana de la ciudad que existe bajo las aguas.

Las dos imágenes van entretejiendo la historia: la primera es la del mundo de la creación literaria, que se expresa en las reflexiones de Ignatius, y en la escritura de Estuario, ese libro misterioso del que permanecerá un solo ejemplar. La segunda es la vida de los residentes en un mundo que se va desintegrando; las raíces que los unía a la ciudad, se debilitan o mueren. Rescatar el pasado, una tarea imposible que se manifiesta en la «inmersiones» a la ciudad sumergida. Condenados a la rutina de una vida sinsentido en la que lo que se espera es acercarse a las fogatas que se encienden en la noche en un ritual de silencio, y en la que el único camino es partir. El tema de la partida, del exilio, es de una enorme fuerza, con expresiones poéticas fuertes, arrasadoras. Finalmente el narrador, Iván Romano, también decide marcharse, pero es un acto que tiene una significación ambigua, pues el pasado seré un presente permanente. Los que parten permanecen. Los que se quedan han partido. Ignatius se quedara: «Te quedaste —escribe Caytran— Todo te ataba y te quedaste. Temías explorar lo que te empujaba a huir, como si eso no fuera parte tuya. Te quedaste inmóvil para huir siempre de ti».

La vuelta de El libro flotante, de las manos de Penguin Random House, renueva entre nosotros, lectores, la presencia de una gran novela y de un gran novelista.

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