Los que se quedan

Luego de una rutilante y frenética fiesta de máscaras, donde el dueño de la casa despilfarró a manos llenas, bolsillos abiertos y ojos vendados el gordo de la lotería que le cayó un buen día, y luego de haberse endeudado desaforadamente para no detener el ritmo de su delirante baile, fiesta en la que él y sus comilones pisotearon y saltaron encima de las instituciones, la justicia, la democracia, y las libertades hasta hacerlas sus lacayas, luego de todo este embriagador espectáculo, los felices danzarines han comenzado a percatarse de que los músicos comienzan a irse, la servidumbre ya no responde, los meseros desaparecieron, la cocina está vacía, las luces fallan y las bebidas se han acabado. El turbado anfitrión y los ansiosos invitados tan seducidos se encuentran por el derroche y la impunidad de su orgía que simplemente se resisten a quitarse sus disfraces para evitar entender qué es lo que sucede afuera. Temen encontrarse con alguna mala noticia, y prefieren continuar escondidos tras sus máscaras y así seguir creyendo que el baile continúa.

No quieren, obviamente, saber que llegó el momento de pagar las cuentas y facturas de sus extravagancias. Que el país simplemente se cansó de tanto insulto, atropellos y abusos. Que la lotería petrolera se acabó, y que el modelo económico –tan mal ideado, pues simplemente se basó en esa lotería– ha fracasado completamente, tal como fue advertido oportunamente. Que muchos, muchísimos más, están hartos de no poder expresar libremente sus protestas, sus denuncias, sus discrepancias, incluso si son desagradables, por el temor a ser perseguidos bajo el pretexto –muy propio de los regímenes fascistas– de injurias, daños morales, terrorismo o seguridad del Estado. Que parece increíble que a pesar de las proyecciones del Banco Mundial de que el país enfrenta una profunda crisis económica, se persista en seguir bailando como antes.

Como siempre, los responsables de esta orgía quieren que otros carguen con la herencia de sus excesos, y que de paso lo hagan sin beneficio de inventario. Sin que se conozca la verdad de lo que ha sucedido durante la larga noche de disfraces. Para ello, ¿qué mejor que dejar instalada una Constitución reformada para que le calce solo al dueño de casa; una ley de comunicación que amordace a los periodistas y evite sus investigaciones; un código penal invasivo para sofocar a la sociedad; un sistema electoral parcializado; una Contraloría mutilada; así como decenas de leyes designadas arbitrariamente como “orgánicas” para que su reforma sea prácticamente imposible?

Quienes creen que en las próximas elecciones el país simplemente debe elegir a nuevos dignatarios ora son ingenuos, ora son empleados del poder. Lo que enfrentamos es un desafío mucho más grande: sepultar a un régimen prácticamente dictatorial y levantar sobre sus escombros los cimientos de una sociedad moderna. No solo los farristas alucinados deben irse y rendir cuentas. También deben hacerlo sus guardaespaldas, que pretenden quedarse, y la obra vergonzosa que dejan. (O)

  • El texto de Hernán Pérez Loose ha sido publicado originalmente en el diario El Universo.

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